Mi padre me abraza fuerte.
— Haz caso a tu corazón, cariño, y por favor, procura no darles demasiadas vueltas a las cosas. Relájate y disfruta. Eres uy joven, cielo. Aún te queda mucha vida por delante, vívela. Te mereces lo mejor.
Sus sentidas palabras susurradas al oído me confortan. Me besa el pelo.
— Ay, papá.
Me cuelgo de su cuello y, de repente, los ojos se me llenan de lágrimas.
— Cariño, ya sabes lo que dicen: hay que besar a muchos sapos para encontrar al príncipe azul.
Le dedico una sonrisa torcida, agridulce.
— Me parece que he besado a un príncipe, papá. Espero que no se convierta en sapo.
Me regala las más tierna, paternal e incondicionalmente amorosa de sus sonrisas, y mientras nos abrazamos de nuevo me maravillo de lo muchísimo que quiero a este hombre.
— Carlos, están llamando a tu vuelo — me dice Guenther nervioso.
— ¿Vendrás a verme, papá?
— Por supuesto, cariño... pronto. Te quiero.
— Yo también.
Cuando me suelta, tiene los ojos enrojecidos de las lágrimas contenidas. Odio tener que dejarla. Abrazo a Guenther, doy media vuelta y me encamino a la puerta de embarque; hoy no tengo tiempo para la sala VIP. Me propongo no mirar atrás, pero lo hago... y veo a Guenther abrazando a papá, que llora desconsolado con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Ya no puedo contener más las mías. Agacho la cabeza y cruzo la puerta de embarque, sin levantar la vista del blanco y resplandeciente suelo, borroso a través de mis ojos empañados.
Una vez a bordo, rodeado del lujo de primera clase, me acurruco en el asiento e intento recomponerme. Siempre me resulta doloroso separarme de mi padre; es atolondrado, desorganizado, pero de pronto perspicaz, y me quiere. Con un amor incondicional, el que todo niño merece de sus padres. El rumbo que toman mis pensamientos me hace fruncir el ceño, saco el BlackBerry y lo miro consternado.
¿Qué sabe Charles del amor? Parece que no recibió el amor incondicional al que tenía derecho durante su infancia. Se me encoge el corazón y, como un céfiro suave, me vienen a la cabeza las palabras de mi padre: «Sí, Carlos. Dios, ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?». Cree que Charles me quiere, pero, claro, él es mi padre, ¿cómo no va a pensarlo? Para él, me merezco lo mejor. Frunzo el ceño. Es verdad, y, en un instante de asombrosa lucidez, lo veo. Es muy sencillo: yo quiero su amor.
Necesito que Charles Leclerc me quiera. Por eso recelo tanto de nuestra relación, porque, a un nivel profundo y esencial, reconozco en mi interior un deseo incontrolable y profundamente arraigado de ser amado y protegido. Y, debido a sus cincuenta sombras, me contengo. El sado es una distracción del verdadero problema. El sexo es alucinante, y él es rico, y guapo, pero todo eso no vale nada sin su amor, y lo más desesperante es que no sé si es capaz de amar. Ni siquiera se quiere a sí mismo. Recuerdo el desprecio que sentía por sí mismo, y que el amor de él era la única manifestación de afecto que encontraba «aceptable». Castigado — azotado, golpeado, lo que fuera que conllevara su relación, — no se considera digno de amor. ¿Por qué se siente así? ¿Cómo puede sentirse así? Sus palabras resuenan en mi cabeza: «Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecto».
Cierro los ojos, imagino su dolor, y no alcanzo a comprenderlo. Me estremezco al pensar que quizá he hablado demasiado. ¿Qué le habré confesado a Charles en sueños? ¿Qué secretos le habré revelado?
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𝑭𝒊𝒇𝒕𝒚 𝑺𝒉𝒂𝒇𝒆𝒔 𝑶𝒇 ℱ𝑒𝓇𝓇𝒶𝓇𝓊.
Science FictionCuando el estudiante de Literatura Carlos Sainz recibe el encargo de entrevistar al exitoso y joven empresario Charles Leclerc, queda impresionado al encontrarse ante un hombre atractivo, seductor y también muy intimidante. El inexperto e inocente C...