Jamie Stone es el capitán del equipo de waterpolo y un adicto a los datos random.
Daniel Neveu, el del equipo de básquetbol y su pasión es ligar con lo que haga sombra.
No tienen mucho en común, salvo su amor por Luke Jones (el chico más adorable qu...
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Daniel
Ojos verdes, como perderse en algún prado en la mitad de la tarde y que, horas después, llegado el punto exacto en el que el sol va a esconderse, se iluminan como si fueran oro. Una sonrisa tímida, esa que te dice que poca idea tiene de cómo llevar a cabo las ideas sucias que tiene en mente, porque, oh, sí, su cabeza está llena de ellas; que su carita no te engañe. Rizos castaños que el muy imbécil hace parecer casuales, pero que cuida como si fueran parte de su personalidad. Un lunar solitario en el tabique de su nariz, como el sol que sostiene las infinitas estrellas que orbitan sus pómulos en forma de pecas.
Quiero seguir soñando con él. Observar los más pequeños detalles que revivo en mi mente cuando no está conmigo, esa forma que tiene de decir mi nombre cuando está enojado. Cuando está feliz. Cuando me mira a los ojos antes de correrse. Cuando no quiere que sea gentil. Todo.
Su cuerpo. Su musculatura firme, su piel levemente tostada en comparación a la mía. La diferencia de altura que me permite abrazarlo como si fuera la cosa más preciada. Porque lo es. Qué ganas de que lo supiera. Qué ganas de que creyera que en mi mundo no hay nada más hermoso que Jamie Stone. Porque no es perfecto, pero es mío. Y ahora, mirando el techo de mi habitación, mientras mi alarma suena, solo sé que será un buen día porque lo veré otra vez.
—¡Daniel! ¡Baja ya! —grita mi madre desde el primer piso—. ¡Jean Pierre, tú también! ¡Allez, allez! ¡Hoy es un día importante!
Oh, maldita sea. ¿Uno no puede tener un momento cursi, pensando en su ex, en paz?
Me preparo con el uniforme deportivo del instituto, con la sudadera gris de los Wolves, nuestro equipo de baloncesto y del cual he vuelto a ser capitán. Luego, tomo mi bolso y voy a la planta baja a zamparme el desayuno.
***
Estoy seguro. Le diré la verdad hasta que la escuche, no importa cuántas veces hagan falta. Que se tome el tiempo que necesite.
En un mundo lleno de posibilidades y personas, lo quiero.
Horas más tarde, cuando estoy en el gimnasio, listo para jugar la final junto a nuestro equipo de básquetbol y lo diviso entre el público, lo corroboro.
Es él. Nadie más.
***
Cuando suena la chicharra que indica el término del partido, es cuando recién siento que puedo respirar como la gente. Las cámaras de los ayudantes de los entrenadores, filmando el partido para cazar talentos, no me dejaron salir de mi estado de alerta. Espero que el jodido punto que hice desde más atrás del círculo central, pocos segundos antes del final, haya marcado la diferencia. Lo hice con más fe que decisión, pero esas mierdas en la NBA las pagan con millones de dólares. Quién sabe, a lo mejor vale para que me lleven a un entrenamiento con los Boston Celtics...