CAPÍTULO 5: Un sí en las alturas

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Mi cuerpo estaba paralizado pero mi corazón latía sin descanso. No podía creer que ese momento estuviera pasando de verdad. Solos en lo alto de la torre Eiffel, en una noche estrellada, junto a mi persona favorita. Por supuesto que quería, sé que a estas alturas no va a cambiar nada entre nosotros pero me hace mucha ilusión dar ese paso.

—Dios mío Alan... Todo esto es increíble. Me he quedado sin palabras y aún no asimilo nada de lo que está pasando—dije, mientras observaba cómo sonreía al mirarme. Cómo olvidar esos preciosos ojos.—Yo me siento también la mujer más afortunada de todo el mundo de poder estar y haber estado toda la vida con una persona como tú. Casarme contigo es una experiencia que me encantaría vivir, y creo que no tienes ninguna duda de mi respuesta, pero por si acaso te confirmo que ¡sí!—afirmé.

En ese momento, Alan me sonrió otra vez emocionado, me cogió la cara con las manos, se acercó y me dio un beso. Después, me abalancé sobre él y nos abrazamos durante un largo tiempo. Me encantaba cuando nos abrazábamos, porque él era muy alto y yo soy algo bajita, por lo que me sentía rodeada de sus cálidos brazos y era una sensación muy confortable.

—Resulta un poco raro todo esto después de toda una vida. No te esperes un anillo porque no lo tengo—me dijo en tono jocoso.

—No quiero ningún anillo, tú nunca has necesitado nada para conseguir lo que quieres, y ahora tampoco—contesté con una sonrisa picarona.

—Aún así, espero que compense con el viaje sorpresa.

—De verdad, no dejas de sorprenderme cada día. Estaría loca si no quisiera casarme contigo.

—Un poco loca, sí—bromeó.

—Eres un sol... Oye, ¿cuánto tiempo llevamos aquí arriba?

—No lo sé, con los nervios he olvidado por completo mirar el reloj. El trabajador me dijo que no me preocupase, que podíamos estar todo el tiempo que quisiéramos aquí.

—¿Y el trabajador tuvo en cuenta el hecho de que tenemos que bajar en ascensor?—pregunté algo preocupada.

—Joder. Venga, deprisa. Ten cuidado, vamos a cruzar los dedos para que el ascensor esté aquí.

—¡Quién me manda ponerme tacones para recorrer París!—me quejé resoplando. Alan se adelantó unos metros.

—¡Sí, está aquí! Qué susto, pensaba que íbamos a tener que quedarnos aquí hasta que vinieran a buscarnos—dijo.
—Menos mal. Vamos, dale al botón.

 Vamos, dale al botón

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El peso de tu ausenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora