Capítulo 3

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Tras despedirse de un par de chicas, un joven vestido con un cuello de tortuga y una chaqueta deportiva bajaba por las escaleras de la entrada del metro con una sonrisa en el rostro, sonrisa que se borró casi de inmediato al recordar que tendría que viajar en transporte público. Le molestaba la idea, pero no le quedaba otra opción. Su auto se encontraba en el taller en reparación, mientras que su padre se encontraba ocupado en una junta de negocios, por lo que no podría pasar por él.

Al salir de la práctica de baloncesto vio un par de muchachas que le parecieron atractivas: altas, delgadas, vestidas con atrevidas minifaldas. Jaime se acercó a ellas, tratando de impresionarlas al contarles que él era el capitán del equipo, mostrándoles sus músculos y haciéndolas reír con anécdotas de algunos de sus partidos. Después de unos veinte minutos de plática, Jaime vio su reloj, eran casi las diez. Había quedado de llegar temprano a casa, y no sabía qué tanto tardaría el metro en llevarlo a su destino. Haciendo gala de su educación y su habilidad para hablar, les dijo a las chicas que ese día quería probar algo diferente para volver a casa, por lo que disimuladamente les pidió indicaciones para abordar el metro.

Tras comprar su boleto, cruzó los torniquetes. Se detuvo volteando en todas direcciones hasta encontrar el letrero que le indicaba la dirección que debía tomar, según las indicaciones que le dieron. Comenzaba a caminar cuando sintió un brusco empujón.

-Quítate, estorbo -le reclamó un hombre robusto y canoso, vestido con un overol sucio.

-Uf, pero qué olor -dijo Jaime, cubriéndose nariz y boca con la mano haciendo una mueca de asco.

-¿Qué dijiste? -arremetió el hombre. Una pareja pasó de largo, alejándose de ellos apenas prestándoles atención.

-No, nada, lo siento -dijo Jaime, alzando las manos y retrocediendo para hacer distancia entre ambos.

-Qué te importa si huelo mal o no, chiquillo imbécil -el hombre se acercó con clara intención de golpearlo, su aliento tenía un fuerte tufo de alcohol y su andar era torpe. Un policía lo interrumpió justo cuando se preparaba para lanzar un puñetazo.

-Oigan, qué pasa.

-Nada, oficial -respondió el hombre, alejándose rápidamente.

-¿Todo bien? -preguntó el policía a Jaime.

-Sí, tranquilo, oficial. No estoy acostumbrado a ciertos... olores. Fue involuntario.

Se alejó y siguió caminando en dirección a las escaleras fijas en vez de la eléctrica, aunque fuera algo muy mínimo, Jaime nunca perdía la oportunidad de ejercitarse.

En cuanto bajó al andén vio que había pocagente, no les prestó atención y entró una vez que las puertas se abrieron, aúnalgo confundido, tomó asiento, nervioso por la experiencia nueva, pero tanpronto como dirigió la mirada a una joven de tez morena, sus nervios seconvirtieron en determinación. Como tigre que ha detectado una nueva presa,fijó su mirada en el objetivo, y como en todos sus partidos, su mente ymúsculos se coordinaron para realizar su siguiente movimiento.

Lo que acecha la linea 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora