Capítulo 8

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Mientras el metro comenzaba a adentrarse en las penumbras del túnel, Andrés y Patricia, que estaban sentados uno al lado del otro, se dirigieron una mirada silenciosa, la cual desviaron después de unos segundos. Andrés sentía la boca seca, pasó saliva con esfuerzo, no se había sentido así desde sus años de preparatoria, sentía envidia de la juventud y energía de los muchachos que iban sentados a unos asientos de distancia, acompañados de un adulto. "¿Será el padre o el tío de los muchachos?" Se preguntó mientras se palpaba el saco buscando, sin éxito, una cajetilla de cigarros. Tragó saliva tratando de obtener valor.

-Quería preguntarte algo, Patricia -la voz de Andrés sonaba nerviosa-. Sabes que las cosas con mi esposa no han ido bien últimamente, y no quiero que pienses mal, pero este tiempo trabajando juntos ha hecho que sienta un gran aprecio por ti. Disculpa, ya no sé ni qué estoy diciendo.

-Andrés, creo entenderte -respondió Patricia con tono serio-, pero eres casado, y no creo sea justo para tu esposa.

Andrés había pensado tiempo atrás en divorciarse, estaba interesado en Patricia, pero nunca se atrevió a decirle nada. La rutina en casa comenzaba a cansarlo, con el pasar de los meses prefería pasar menos tiempo en casa, quedándose horas extras en la oficina tanto para no estar con su esposa como pasar más tiempo con Patricia.

-Lo que quiero decir, Patricia, es que yo no...

Se vio interrumpido cuando el tren, con un rechinido de ruedas, frenó de golpe. En el vagón, todos salieron impulsado. El tren siguió avanzando unos segundos hasta que se detuvo definitivamente.

Acompañados del eco de las ruedas y el sonido de los frenos resonando, los ocho pasajeros del vagón se levantaron, quejándose a causa del repentino freno.

-¿Están todos bien? -preguntó Vanesa en voz alta mientras se ponía en pie.

-Sí, por suerte no me golpee la cara -respondió Jaime mientras volteaba a todos lados, confundido.

-Maldito idiota -gritó Luis, furioso, dirigiéndose al conductor que era más que obvio que no le escucharía-, casi nos matas.

-Tranquilo, señor -le respondió el profesor Thomas, que ayudaba a Marcos a ponerse en pie-. Además, dudo el conductor le escuche, no es necesario alterarnos, algo debió pasar para que frenara así.

-¿Qué habrá ocurrido? -agregó Vanesa mientras se dirigía hacia la pareja de oficinistas-. Señor, tome asiento, soy paramédico, déjeme ver su frente.

Andrés se cubría la frente con la mano, el frenado hizo que se golpeara la cabeza, y aunque había amortiguado la mayor parte del impacto al poner las manos, un hilo de sangre le corría por el costado de la cara.

Vanesa le limpió la herida, y mientras le ponía una gasa y le daba un analgésico, Thomas se había colocado al centro del vagón, buscando captar la atención de todos.

-Por favor, su atención. Damas, caballeros, no sabemos qué ocurre, así que lo más prudente será mantenernos cerca, es imperativo mantener la calma.

Luis lanzó una risa burlona.

-¿Quién te crees tú? Pareces maestro de escuela.

-De hecho, lo soy.

-Pues no estamos en tu escuelita, "maestrucho", por si no te habías dado cuenta.

-No le hable así a nuestro profesor -reclamó Marcos, sorprendiéndose así mismo de haber alzado la voz.

-A mí no me hables así, chiquillo idiota.

-Ya basta, todos -gritó Vanesa. Todos quedaron en silencio, dirigiéndole la mirada, todos menos Marcos, que, asustado, desvió los ojos a la ventanilla tras volver a su asiento, temblando mezcla del miedo y de la euforia, pues jamás había gritado así, mucho menos a un desconocido-. El profesor tiene razón -continuó-. Debemos mantenernos juntos, por favor, acérquense. Despacio, no sabemos en qué momento nos moveremos de nuevo, quién sabe qué habrá pasado.

Lo que acecha la linea 13Donde viven las historias. Descúbrelo ahora