Capítulo 7: El Legado de Gael y Emma.

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**Capítulo 7: El Legado de Gael y Emma**

Los años se deslizaron como ríos tranquilos. Emma y yo construimos una vida juntos, una vida que nunca imaginé cuando caí del cielo. Nuestra pequeña casa se convirtió en un refugio, con paredes llenas de risas y fotografías de nuestros hijos.

Sí, nuestros hijos. Tuvimos dos: Lucía y Gabriel. Lucía heredó los ojos verdes de Emma y la pasión por la pintura. Gabriel, en cambio, tenía mi cabello oscuro y una curiosidad insaciable por el mundo. Los dos crecieron corriendo por el patio, persiguiendo al gran perro que llamamos Nube.

Mi negocio de madera prosperó. La vista desde nuestro patio era majestuosa: montañas cubiertas de pinos, el sol poniéndose detrás de las cumbres. A veces, cuando el viento soplaba a través de los árboles, me parecía escuchar ecos de canciones celestiales. Pero eran solo susurros, recuerdos borrosos de un pasado que ya no me pertenecía.

Emma y yo envejecimos juntos. A veces, al mirarla mientras pintaba en su estudio, me preguntaba si ella también tenía secretos. ¿Qué había antes de que nos encontráramos? ¿Por qué estábamos aquí?

Una tarde, mientras tomábamos café en el porche, le confesé mis pensamientos. "Emma, ¿alguna vez has sentido que nuestros recuerdos son sueños olvidados?"

Ella sonrió y tomó mi mano. "Gael, todos tenemos secretos. Pero lo que importa es el presente. Nuestros hijos, nuestro amor, esta vista de las montañas. Eso es real".

Y así, en el crepúsculo de nuestras vidas, encontré la paz. No necesitaba recordar mi pasado celestial. No necesitaba saber si antes de Emma había tenido amnesia. Solo necesitaba vivir este momento, este instante efímero en el que éramos dos almas en busca de significado.

Nube se acurrucó a nuestros pies, y los últimos rayos de sol acariciaron nuestras arrugas. Emma me miró y dijo: "Gael, ¿alguna vez te has preguntado por qué estamos aquí?"

Esta vez, no me sorprendió la pregunta. "Creo que estamos aquí para amar", respondí. "Para aprender, para encontrar la grandeza en lo cotidiano".

Emma asintió. "Y para dejar un legado. Nuestros hijos, este lugar, nuestra historia".

Y así, en el umbral de la eternidad, encontré mi respuesta. No como un ángel caído, sino como un hombre que había aprendido a vivir, a amar y a dejar un legado en el corazón de Emma y nuestros hijos.

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