Capítulo 1: La Caída

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**El Castigo de la Soberbia**

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**Capítulo 1: La Caída**

Mi nombre es Gael. Hace eones, fui uno de los ángeles más hermosos en el reino celestial. Mi piel resplandecía con la luz divina, y mis alas eran como hojas de plata. Dios me había bendecido con agilidad, belleza y destreza. Sobresalía entre mis compañeros, y mi orgullo crecía con cada cumplido que recibía.

Pero los milenios pasaron, y la eternidad comenzó a pesar sobre mis hombros. La belleza se desvaneció, y la arrogancia se apoderó de mí. Me volví flojo, soberbio y creído. Comencé a creer que estaba al nivel de Dios mismo. ¿Por qué no? Después de todo, ¿no éramos los ángeles los más cercanos a su divinidad?

Un día, Dios convocó a todos los ángeles al Gran Salón Celestial. Su voz resonó como truenos en el aire. "Gael", dijo, "has perdido tu camino. Tu orgullo te ha cegado. Te he dado dones, pero los has malgastado en vanidad. Por tu soberbia, serás castigado".

El juicio fue rápido. Dios me desterró del cielo y me envió al mundo de los humanos. Caí desde las alturas, mis alas se desvanecieron, y mi forma angelical se transformó en carne y hueso. Aterricé en un callejón oscuro, confundido y desorientado.

Al principio, mi ego me hizo creer que sería el mejor humano. Después de todo, tenía milenios de experiencia a mis espaldas. Pero la realidad me golpeó como un rayo. No era un dios entre los mortales; era un desconocido sin hogar ni identidad.

Intenté encontrar trabajo. Pensé que mis habilidades celestiales me abrirían puertas, pero me equivoqué. Las empresas no estaban interesadas en mis siglos de experiencia. Solo querían saber si podía manejar una hoja de cálculo o atender llamadas telefónicas.

La sociedad humana era complicada. Las facturas, los impuestos, las relaciones interpersonales: todo era un laberinto. Me sentía como un niño que intentaba aprender a caminar. La humildad reemplazó mi arrogancia, y la vergüenza se convirtió en mi compañera constante.

A medida que pasaban los días, comencé a comprender mi castigo. Dios no me había enviado aquí para sufrir, sino para aprender. La soberbia me había cegado, pero la humanidad me enseñó la humildad. Aprendí a valorar las pequeñas victorias: un trabajo de medio tiempo, una sonrisa amable, una taza de café caliente.

Quizás algún día, cuando haya demostrado mi humildad, Dios me permitirá regresar al cielo. Pero por ahora, soy Gael, un simple humano, tratando de sobrevivir en este mundo complicado. Mi castigo es mi oportunidad de redención.

*Nota del autor: Esta historia es una obra de ficción. Cualquier parecido con personas o eventos reales es pura coincidencia.*.

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