Capítulo 2: la naturaleza salvaje

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Kiriel y yo nos conocimos cuando éramos niños. Me acerqué a él porque había un grupo de niños que se burlaba de nosotros por ser un poco distintos. Esos niños siempre le decían que deje de llamar la atención, se burlaban de cada cosa que hacía por más ordinario que fuera. Parte del problema radicaba en que él llegó como alumno nuevo en el último grado, lo que dificultaba su integración. Pero el grupo del que hablo ya se había metido conmigo antes, me dijeron zorra porque me teñía el pelo de rojo. Claro que eso no era verdad, pues nací así.

Daba igual, un día entendí que no bastaba decirles eso. Así que me escapé del salón y los esperé en esa parte del patio que los maestros nunca ven. Me trepé a uno de los árboles y aguardé paciente mientras la adrenalina crecía por lo que iba a hacer. Salté en el momento justo sobre su líder, él cayó al suelo boca abajo y me senté en su espalda. Los otros niños se quedaron mirando la escena con sus bocas abiertas.

–¡No te enseñaron a respetar! – recuerdo que le grité mientras le pegaba nalgadas.

Uno de esos desgraciados fue a buscar a las  autoridades del colegio y casi fui expulsada esa vez. Llamaron a mi madre y a los padres del niño. De alguna manera ella consiguió que no me expulsaran. Cuando fuimos de regreso a casa en el auto le pregunté si me iba a castigar por lo que hice.

–¿Castigarte? Ah ya entiendo, se supone que lo haga ¿No?

–Sé que lo que hice estaba mal mamá –retorcía la falda del uniforme con mis manos.

–Si sabes que está mal ¿Por qué lo hiciste?

–No sé yo…–dije sin encontrar excusa.

–Te estabas defendiendo, no te voy a castigar por defenderte. Verás Alexia, te enseñan que todos deben ser respetados por igual, pero no es más que una fantasía. En el mundo real tenés que hacerte respetar aún si para eso tengas que hacer cosas incorrectas. Me dijiste que querés proteger a todos como yo, entonces nunca permitas que se metan con vos.

Nunca olvidaré lo que me dijo mi madre aquella vez.

Desde ese entonces, el grupo dejó de molestarme, aunque me veían con odio. Así que cuando ví a Kiriel ser acosado por esos niños no pude evitar sentirme identificada con él. Por eso, les dije a esos desgraciados que no se metan con él porque era mi amigo. Aunque a él no le hizo gracia que lo defendiera.

– No puedo ser amigo de una niña –me había dicho.

Entonces, le conté sobre cómo me molestaban por mi cabello y le dije que éramos iguales.

–Tenemos que ser aliados –le dije.

–Lo pensaré –me respondió.

Y al día siguiente, me dijo que estaba bien que seamos amigos.

Solíamos jugar, estudiar juntos e inclusive íbamos a la casa del otro a tomar la merienda. Recuerdo que estaba muy feliz cuando me enteré que él también iba a ser cazador.

 Cuando terminamos la primaria, fuimos a la academia de cazadores juntos y entrenamos juntos. No sé exactamente en qué momento empecé a verlo diferente, tenía alrededor de 15 años. Él se había vuelto muy popular entre las chicas y no fui la excepción. Pero no pude decirle. Pensaba que era muy bueno para mí, en esa época yo era bastante patética. Incluso me dejé pisotear por sus novias de turno. Claro, él nunca lo supo.

No me alejé de él porque en serio creía que al menos tenerlo como amigo era un premio. Yo, una mestiza entre humano y entidad, no merecía más que eso.

Cursábamos el cuarto año cuando sus padres fueron a su última excursión en la ciudad abandonada. Lo que se encontró de ellos ni siquiera era suficiente para llenar dos cajones. El golpe fue muy duro para él y no volvió a ser el mismo. Su luz se había apagado. Él se mudó con un pariente que vivía en la ciudad y se alejó de todos sus amigos menos de mi. Me dijo que yo era la única familia que le quedaba y que no quería estar al lado de personas que sólo se acercan a él por interés.

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