Travesía encarnada III

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Aislado entre las cadenas de la ingenuidad,
me siento semejante al piadoso hijo de Venus,
decidido a afrontar el destino encomendado
por las majestuosas musas.

Pero ella cual Dido, con su inefable mirada
y aquella cálida voz que reparte la calma
hasta al lobo estepario, me traslada hacia
otras fronteras cuyos límites son imperceptibles
para mi conciencia y espada.

Un canto más extiende la travesía encarnada,
madre de todas las cicatrices tatuadas
por los antiguos días en que la luz
rodeaba los senderos que atravesaban
los más desdichados.

Libertad de mis voces (Poemario finalizado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora