La ceremonia fue bonita, la pequeña iglesia de un pueblo a las afueras de la ciudad repleta de orquídeas blancas y con unas docenas de invitados. Cande y Lali lloraron como dos niñas. Y Raya estaba espectacular, con su vestido largo de raso. No creo haber visto nunca a Nico sonreír tanto, como si estuviese en el séptimo cielo todo el tiempo, la pequeña Luz tenía una sonrisa de oreja a oreja.
Al llegar por fin a la engalanada carpa del pintoresco pueblo, tras ser abordados por fotógrafos, nos dividimos en grupos. Cuando nos abrimos paso por las ondeantes gasas de la entrada, no me sorprende ver a Agustin con una cerveza en la mano y Paloma en la otra. Allegra sale disparada al ver que Luz está ayudando a servir copas de ponche a los invitados, siempre dispuesta a echar una mano, y Jacob va por las mesas para averiguar dónde están nuestros nombres en las tarjetas.
Lali va al cuarto de baño, y me acerco a Agustin , la vista clavada en el pequeño tesoro que sostiene en el brazo izquierdo. Si hace un instante yo tenía las manos vacías, ahora tengo a una niña. Miro a Agustin alarmado.
—¿Qué haces?
—Dame un minuto. Se me olvidó sacar del coche la bolsa con las cosas de Paloma. —Y se marcha antes de que yo pueda decir nada, dejándome para que me las arregle solo.
Torpe a más no poder, la acomodo con cuidado en el bra zo. Con mucho cuidado. Soy un manojo de nervios. Hice esto un millón de veces con mis hijos, pero de eso hace mucho mucho tiempo. Miro su preciosa carita. Tiene el pelo de Candela, rojo y brillante, incluso ahora, pero la naricita de Agustin.
Está despierta, se lleva las manos a la boca. Recuerdo esas señales: tiene hambre. Y las escamas de piel que se ven entre los mechones de pelo rojo son signos de dermatitis. De eso también me acuerdo. Sonrío, llevando el dedo índice a su mejilla y acariciándole la suave piel de bebé.
Me asalta un millón de recuerdos, cosas que había olvidado recientemente con el caos de nuestra vida. Como cuando los mellizos dormitaban en mi pecho, con Ava hecha un ovillo a mi lado.Cuando hacía malabares para darles el biberón a los dos, una técnica que perfeccioné hasta convertirla en un arte. Lo deprisa que supe que Santiago tenía más paciencia que Allegra, así que me ocupaba del pañal sucio de la niña primero. La dicha que solía producirme el baño, al ver sus pequeñas extremidades golpeando los centímetros de agua. Y ese olor. Un olor del que no me cansaba nunca. Un olor a bebé puro, perfecto. Era como un sedante, podía hacer que me durmiera. Y a menudo era así.
—Eh, tío, ¿estás bien?
La pregunta de Agustin me saca de mis reflexiones, dejo de tocarle la mejilla a Paloma y me aclaro la garganta mientras se la devuelvo a su padre. Sam le besa la cabeza a su hija.
—Creo que el tío Peter quiere tener niños.
Hago un gesto de burla por hacer algo, para ocultar el secreto que guardamos.
—Se acabaron los niños. —Mentira podrida—. ¿Dónde está Candela?
—Ha ido al servicio, y luego quiere buscar un sitio tranquilo donde poder dar de comer a Paloma.
Se oye un aplauso atronador cuando Nico y Eugenia entran en la carpa, toda la atención centrada en ellos. Y cuando Nico inclina teatralmente a Raya y le da un beso de infarto, el ruido sube unos miles de decibelios.
Paloma empieza a chillar, los estridentes sonidos imponiéndose a los vivan los novios.
—Mierda, es la hora de la cena y el ruido la cabrea.
Agustin va en busca de Cande y yo me acerco a Nico y lo aparto de una Eugeniaque me mira ceñuda de broma.
—Sólo te lo robaré un minuto —le aseguro con descaro mientras beso en
la mejilla a mi amigo—. Enhorabuena, cabronazo.
—Que te den. —Se ríe, los azules ojos brillando de felicidad—. ¿Cómo está Lali?
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Devoción
FanfictionAunque olvides todo, sabes que siempre seremos nosotros En edición