Se podría decir que soy un dios hogareño.
Empiezo a acostumbrarme a esta mierda de cafetera.Y también al hecho
de que no esté preparada para que me pueda tomar un café cuando me levanto por la mañana. Ava por fin duerme bien, y no se me ocurriría despertarla, así que he asumido sus tareas.
Enciendo la cafetera y saco del armario de la despensa los cereales, que dejo a un lado para los niños. Sólo cuando vuelvo con la cafetera me doy cuenta de lo que he hecho. El vacío que siento en mi vida aumenta, y como si presintieran que los echo de menos, el teléfono me suena. Corro a contestar. Sonrío al ver la cara de mi hijo iluminando la pantalla.Lo cojo y lo dejo apoyado en la cocina mientras sigo con el desayuno de Lali.
—¿Estás friendo huevos, papá? —pregunta Santi a modo de saludo.
El mar que se ve de fondo es impresionante, el murmullo de las olas fuerte pero tranquilizador. No me importaría ir de vacaciones a un sitio así.—Eso hago, hijo.
Doy unos golpecitos con la espátula en el borde de la sartén antes de levantarla para enseñárselo.
—Le voy a llevar el desayuno a la cama a tu madre.
Me siento como si hubiese vuelto a nacer, lleno de energía. Anoche fue una de las más increíbles de mi vida. Y, lo que es mejor aún, sé que mi mujer siente lo mismo.
—No olvides que le gusta la yema líquida —me recuerda Santi, lo que hace que mire la sartén y vea dos yemas nada líquidas, y el niño se percata de mi mirada ceñuda—. Hazlos revueltos —me aconseja
—. Con salmón. Ya sabes que es una de las cosas que más le gustan.—No tengo salmón —refunfuño, y se me pasa por la cabeza que voy a tener que mover el culo e ir al supermercado.
Andamos escasos de todo, pero hacer la compra no es lo que se dice la cita romántica que tenía pensada para luego. Oigo que Jacob suspira y me encojo de hombros, porque eso es lo que hago.
—¿Cómo está Ale? —pregunto. —Por ahí. En la playa.
¿Por ahí?
—Qué bien. ¿Con una amiga?
—Con Amado.
La sartén se me cae estrepitosamente en la cocina, y apoyo la mano en el fuego.—¡Me cago en la puta! —exclamo, y me pongo a dar saltos, agarrándome la mano con fuerza para aliviar el dolor—. Hija de perra.
Joder. Mis nudillos aún lucen las señales de cuando arremetí contra el espejo y la puerta. ¿Y ahora esto? Sacudo la mano, y haciendo una mueca de dolor.
—Joder, cómo duele.
—¡Peter Lanzani! —escucho decir a mi suegra.
Me acerco corriendo al teléfono y veo que Jacob pone los ojos en blanco
justo cuando la madre de Lali lo aparta de la cámara. Veo su rostro, sumamente disgustado.—Amado es un nombre de chica. —Lo digo como si fuese un hecho—. ¿No?
—Anaso es un chico —afirma ella con ligereza, y a mí no me hace ninguna gracia—. Es el nieto de unos amigos. Cenamos con ellos la otra noche.
Acerco la cara a la pantalla y veo que Majo se aparta. Mi hijita está en la playa sin que yo ande cerca para asegurarme de que ningún cabroncete
revolotea a su alrededor.—Confío en ti, Majo.
—Para que haga ¿qué? ¿Atosigarla cuando no estás tú?
—Sí.
Me miro la mano y veo que me está saliendo una ampolla.
—No dejes que se acerque a mi hija —advierto, y cojo el móvil y me voy
a la pila—. Los chicos no son de fiar. ¿Cuántos años tiene el cagarro?