Capitulo 28

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—Necesitas dormir.

—Quiero que termines lo que empezaste en el despacho.

En sus ojos hay fuego. Puro fuego posesivo. Sonrío por dentro. Pero, y
me duele decirlo, necesita descansar. Le estoy exigiendo demasiado. —A la cama.

Me mira mientras subimos despacio la escalera, sus intensos ojos oscuros dejando traslucir demasiadas intenciones traviesas.

—Quiero darme un baño.

—Por Dios, Mariana, ¿es que quieres acabar conmigo? —Una piel mojada y resbaladiza no ayudará mucho a mi causa.

Con una risita, su cabeza roza mi bíceps, y noto que sus pasos son cada vez más pesados cuando llegamos a lo alto de la escalera.

—Me puedes frotar la espalda.

—Eres mala.

Al entrar en el cuarto de baño, miro la enorme bañera de mármol como si la odiara. Lali se perderá en ella sola. Quizá pueda acompañarla, porque si me quedase bien lejos, en el otro lado, podría conseguir no tocarla.

—Es inmensa —dice.

Se separa de mí y empieza a prepararse un baño; coge un bote de gel de un lateral, se lo lleva a la nariz y lo huele antes de añadir una cantidad ingente al agua.

—Nos gusta darnos baños.

Voy a la silla de terciopelo cepillado de color crema que está en un rincón y acomodo mi corpachón en ella.

—La bañera la elegiste tú.

Lali mira la descomunal pila, tarareando.

—Es muy de mi estilo.

—También es muy de mi estilo, sobre todo cuando tú estás dentro.

No aparta la vista de la bañera, que se va llenando de agua.

—Y ¿piensas quedarte ahí sentado mirándome?

Se saca despacio el vestido de tirantes por la cabeza y después se quita la
ropa interior. Joder.

Me pego al respaldo de la silla, cada uno de mis músculos firme para no
salir disparado y tirarla al suelo. Está jugando.

—Lali, no me provoques.

Con la barbilla en el hombro, me lanza una mirada coqueta. Es maravilloso ver que mi tentadora mujer da muestras de estar volviendo a su antiguo esplendor.

Y sin embargo es una tortura que yo no pueda aprovecharlo como me gustaría.

—Quiero que te des un baño conmigo.

—No me fío de mí mismo.

—Eso ayer no te importó mucho.

Me froto la cara con las manos, aferrándome a mi resistencia. Me desea. —Te estás pasando.

—Me encuentro bien.

Sus ojos castaños, brillantes y vivos, refuerzan su petición, y la sensación de satisfacción es irreal, pero... no debo.

Sacudo la cabeza, ya que mi boca se niega a rechazar su ofrecimiento, y cruzo los brazos.

—Como quieras.

Y encoge los desnudos hombros y se mete en la bañera mientras ésta se sigue llenando.
No se puede decir que esté contento,

pero no puedo privarme del placer de mirarla. Admirarla. Pensar que la quiero con locura. A morir. Incluso ahora, cuando todavía no ha recuperado la movilidad al completo, sus movimientos son elegantes. Irradia una fuerza sutil que me lleva impresionando desde el día en que entró en mi despacho. Es, sin ninguna duda, la persona más cautivadora que he conocido en mi vida. Y es mía. Bella y elegante, con una pizca de descaro. Ladeo la cabeza mientras la contemplo en silencio. ¿Una pizca de descaro? No, si se considera lo malhablada que es.

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