Capitulo 39

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Tardo un segundo exacto en darme cuenta de qué es lo que no encaja cuando mi cerebro despierta a la mañana siguiente: Lali está en la cama conmigo. Luego un segundo más en sentir pánico. ¿Dónde está? Y otro en salir de la cama y del dormitorio. Corro por el descansillo, bajo la escalera como un loco y entro derrapando en la cocina.
Veo a Alle en la isla, desayunando.

—¡Por favor!

Su grito de horror me taladra los oídos, la cuchara deteniéndo se antes de
llegar a la boca.

Tiene los ojos muy abiertos durante el breve instante en que los veo, pues acto seguido se da la vuelta en el taburete, hacia el otro lado.

—Papá, ¿en serio?

Por un momento estoy confuso. Luego caigo en cuál es el motivo de alarma. Reculo y me miro: estoy desnudo. «¡Mierda!»

—¿Dónde está tu madre? —pregunto, llevándome las manos a la entrepierna para tapármela.
Me muero de vergüenza, pero no me marcho corriendo. Estoy demasiado preocupado.

Alle señala el cuarto de la plancha justo cuando Lali aparece con el cesto de la colada en las manos. Mi mujer reacciona igual que mi hija. El cesto lleno de ropa cae al suelo y después se oye un gritito.

—Hombre, Peter , joder. — Lali coge un paño de la encimera y se me acerca deprisa para taparme cuanto antes.

—No estabas en la cama —espeto, dejando escapar una mirada ceñuda—. Me preocupé.

Mechones de pelo color chocolate oscuro enmarcan su rostro, que me mira cansado.

—Los niños vuelven hoy al colegio. Necesitaba ponerme en marcha antes.

—Deberías haberme despertado. Acabo de tener veinte ataques al corazón entre la cocina y el dormitorio, Lali.

—Estabas cansado.

—No estoy cansado —niego mientras ella sigue ocupada en taparme mis partes con el trapito—. No vuelvas a levantarte sin avisarme, o acabarás conmigo.

—No seas tan teatrero.

Mientras se empeña en ocultar mi dignidad, su mano me roza la cara interna de la verga, y la muy capulla se despierta. Cojo aire con ganas, Lali también, mientras veo cómo se mueve la tela gracias a mi creciente erección. Mordiéndose el labio con furia, Lali sacude la cabeza. Y allá vamos, de vuelta a esa cosa llamada autocontrol.

—Me cago en la leche —farfullo—. ¿Hay algún pantalón corto en el cesto?

Volviendo a la vida, Lali corre hasta donde ha dejado tirada la colada y revuelve en ella.

—Toma.

Saca unos pantalones cortos negros y me los lanza. Me aseguro de que Alle sigue mirando hacia otro lado y sustituyo el patético paño por el pantalón.

—Ya estoy visible, hija —anuncio.

—Esto es taaaan incómodo.

Me dejo caer en el taburete de al lado y le lanzo el paño a Lali le da en el pecho y va a parar al suelo, pues ni siquiera levanta
las manos para cogerlo.

Y es que está demasiado ocupada recreándose en mi pecho. Hago un mohín y me miro el tonificado torso; después, con la vista baja, la miro a ella.

—¿Desayunamos? —inquiero, y la pregunta logra que suba la vista.

Pone los ojos en blanco y coge el cesto antes de echar una ojeada con cautela a nuestra hija:

—Compórtate —me advierte sin articular la palabra, y vuelve al cuarto de la plancha.

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