Capitulo 41

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No tengo ninguna esperanza de poder dormir hasta que Lali esté en casa, así que me siento en el sofá y me pongo a zapear, inquieto y sin parar de mirarme el Rolex. La llamada que estaba esperando por fin llega, a la una de la mañana. Me lanzo a por el teléfono, y cuando lo cojo, Nico me dice que están todas borrachas, pero bien, y que ya viene a traer a Peter.

Se me quita un peso enorme de encima y por primera vez en toda la noche me relajo. Y después hago algo de lo más estúpido. Corro arriba, me desnudo, me meto en la cama y apago la lámpara. Así seguro que Lali se creerá que he estado durmiendo como un bebé mientras ella quemaba la ciudad.

Pasa casi media hora hasta que oigo que se cierra la puerta principal. Y momentos después escucho sus zapatos en el suelo de baldosas. Luego... silencio. Intento reprimir la necesidad de bajar a ver la. Está en casa. Está bien. Ya no puede pasarle nada.

Entonces oigo un ruido y salgo disparado de la cama, poniéndome el pantalón corto por la escalera. Entro en la cocina y no hay nadie.

—¿Lala? —la llamo, y doy marcha atrás, aguzando el oído. Nada. Mi ritmo cardíaco aumenta.

—¿Lali?

Mi intento de no parecer desesperado no está funcionando.

—Mariana, ¿dónde coño estás?

Enfilo el pasillo a la carrera, mirando habitación tras habitación,encontrándolas todas vacías. Hasta que llego al salón. Exhalo aliviado al verla junto a la pared de las fotos.

—¿Nena?

No se vuelve, tan sólo levanta un dedo y señala una fotografía de nosotros el día de la boda, y dibuja el contorno de mi cara.

—Antes me he acordado de una cosa.

Pronuncia mal. Pronuncia fatal. ¿Estará borracha? Como una cuba, puede. Pero ¿ha tenido un flashback? Después me mira, los ojos caídos de la cogorza, y me señala el desnudo pecho.

—Me robaste las píldoras.

—Ah.

Culpable. De todos los cargos.
Pero eso no pienso decírselo, y trato de dar con la forma de salir de ésta.

No podía haberse acordado de otra cosa, no, tenía que ser eso. —Robar es una palabra fea.

No hay salida.

—¿Y cuál utilizarías tú?

Sus pies desnudos recorren la moqueta.

—¿Tienes que ir al servicio?

¿O es que empieza a tambalearse?

—No cambies de tema —farfulla, y cuesta entenderla—. ¿Por qué me las robaste?

¿Otra vez con lo mismo? Pongo los ojos en blanco sin que me vea y voy a agarrarla antes de que caiga de bruces en la moqueta. La cojo en brazos para llevarla a la cama.

—Porque estaba locamente enamorado de ti y pensé que me dejarías cuando averiguaras los secretillos feos que tenía.

Le cuesta un poco hacer un gesto de burla.

—Te refieres a lo de tu club de sexo. Y a que seas alcohólico. Y a que fueses promiscuo.

—Sí, a todo eso —admito mientras subo la escalera. Y un montón de mierda más—. Bueno, ¿ya has terminado?

—Me lo he pasado genial —exclama, y echa la cabeza atrás y levanta los brazos, obligándome a mí a cogerla bien para que no se me caiga. Supongo que eso es un sí—. Y ¿sabes qué? —Me mira con cara seria.
¿Lo quiero saber?

—¿Qué?

—Me gustas mucho —musita, su cabeza cayéndoseme en el hombro. —Pues menos mal.

—¿Por qué? ¿Porque eres mi marido?

—No, porque estoy cachondo perdido.

Suelta una carcajada, y la hago callar para que no despierte a los niños.

Demasiado tarde. Cuando llegamos arriba nos reciben dos pequeños adormilados

—Volved a la cama —les digo mientras ellos se miran, frotándose los soñolientos ojos—. Mamá está un poco borracha.

—¿Un poco? —dice Santiago.

En su cara la misma expresión de desaprobación que siento yo; sin embargo, a Allegra le resulta gracioso.

—Estoy muy borracha —declara Lali, revolviéndose para que la suelte. La dejo en el suelo refunfuñando y le sujeto un brazo con fuerza.

—Y os quiero a los dos —añade.

—Oh, Dios mío... —Allegra hace una mueca cuando es objeto de las muestras de cariño de Lali —. Mamá, por favor.

—Sois lo mejor que me ha pasado en la vida.

Centra su atención en un alarmado Santiago

—Eso no se lo digas a papá —observa con ironía mi hijo, que deja hacer a Lali lo que va a hacer—. Creo que es hora de que te vayas a la cama, mamá.

—Yo también lo creo. —Aprieta a Santi contra su pecho y lo estruja, las mejillas del niño aplastadas contra su pecho—. Eres tan guapo como tu padre.

—Lo sé —dice, los ojos en blanco.

Allegra está encantada, es toda risitas.

—Vamos.

Me llevo a mi ebria mujer para que no siga dando el espectáculo e indico a los niños con la cabeza que vuelvan a la cama. Esbozan una sonrisa afectuosa cuando llevo al dormitorio a Lali, que camina con torpeza.

—Adentro.

Le bajo la cremallera del vestido y la meto en la cama. Ella empieza a dar vueltas.

—Estate quieta.

—¿Me vas a follar, Peter Lanzani? Porque pienso gritar como una loca.

—Compórtate, señorita.

Me río mientras le quito el vestido dorado y lo tiro al suelo.

—Ropa interior.

Levanta los brazos en el acto, sobre las almohadas.

—Desnúdame.

—Eso ya lo hice hace años. Hasta el alma.

Se tranquiliza un instante y me mira entornando los ojos.

—Te he echado de menos esta noche.

—Bien.

Cuando está sin ropa, me quito los pantalones y me meto en la cama a su lado, pasando por alto el olor a alcohol que le sale por los poros. Me quedo quieto hasta que encuentra su lugar preferido en mi pecho y se deja caer pesadamente, profiriendo un hondo suspiro. La rodeo con mis brazos y sonrío para mí cuando su respiración se vuelve superficial.

—Y ahora te echaré de menos cuando esté dormida —masculla las palabras que quiero oír.
Se alegra de estar en casa. Conmigo.

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