Situación delicada.
Las palabras dan vueltas en mi mente mientras ando por el pasillo,
desesperado por estar junto a Lali . A no ser por Nico , que me retiene, ya habría echado abajo las puertas del quirófano y amenazado a los médicos con su vida si no la salvan. Sus padres están en shock, callados, sentados en las duras sillas de plástico del pasillo, Carlos consuela a su mujer cada vez que las lágrimas la invaden y se derrumba. A cada segundo que pasa sin noticias, el dolor de mi corazón se intensifica. Un dolor muy profundo.
Dejo de andar, me siento en el suelo con la espalda contra la pared y miro las luces fluorescentes del pasillo. Lleva horas ahí metida. ¿Cuánto más van a tardar? ¿Qué están haciendo para tar dar tanto rato?Una mano me toca el hombro y Carlos me ofrece una débil sonrisa.
—Candela acaba de mandarnos un mensaje, los niños están bien. Agustin y ella no les han dado muchos detalles, hasta que no sepamos qué está pasando. Candela ha dicho que se los quedará esta noche y que por la mañana los llevará al colegio. Creo que lo mejor será que por ahora mantengamos toda la normalidad posible.
Asiento, un torrente de culpa me asalta. He estado tan centra do en mi preocupación por Lali que apenas he pensado en los niños. Qué se les estará pasando por la cabeza. Cómo se estarán sintiendo.
—Gracias, Carlos .
—¿Vas a llamarlos?
¿Llamarlos? ¿Hablar con ellos? No confío en que pueda mantener la voz firme, y si lo consigo, ¿qué les digo?
—Les mandaré un mensaje.
Asiente comprensivo.
—Majo y yo vamos a tomar un poco el aire y a comprar algo para
beber. ¿Quieres que te traigamos agua?—Estoy bien.
—Tráele agua —interviene Lali.
No discuto. No tengo fuerzas.Cuando los padres de Ava se han ido, John me arrastra hasta una silla y
me obliga a sentarme. Me dejo caer de golpe e inmediatamente vuelvo a sentirme inquieto. Necesito que alguien venga a decirme qué coño está pasando.—Se pondrá bien —afirma Nicolas
Su voz normalmente explosiva ahora es suave y reconfortante, aunque no me tranquilice. Él no ha visto la sangre, su pálido rostro, la maraña que era su coche.
Apoyo los codos en las rodillas y hundo la cara en las manos.—Debe estarlo, Nick. Porque, si no tengo a Ava, prefiero morirme yo también.
—No digas eso, pedazo de gilipollas.
Me sacude por los hombros.—Tienes que ser fuerte. Por los niños y por Lali . ¿Me estás escuchando?
—Alza la voz para luego volver a su habitual murmullo penetrante.
Asiento. Esto es patético. Pero antes de que pueda responder, las puertas de la zona de quirófano se abren y yo me levanto de mi asiento como un rayo.
—Doctor.
El corazón se me dispara y el estómago da saltos mortales.
—Señor Lanzani , soy el doctor Jack. —Su expresión es solemne—. Por
favor, siéntese. —Señala la silla de la que acabo de levantarme.—No. —Me niego en rotundo—. No necesito sentarme.
Aguanto la respiración y ruego a Dios no necesitar sentarme. Que lo que
está a punto de decirme no destruya mi mundo y por tanto me destruya a mí.El médico cede sin más y John se pone de pie y se coloca a mi lado. Se está preparando. Se prepara para cogerme cuando me hunda, destrozado.
—Señor Lanzani, su esposa ha recibido un golpe bastante serio en la cabeza que le ha causado una inflamación grave en el cerebro.
Miro fijamente la boca del médico, sus palabras llegan lentas y claras y se clavan una a una en mi piel.
—Un corte importante en la pierna ha seccionado una arteria principal. Entre eso y la herida en la cabeza, ha perdido casi el ochenta por ciento del volumen de sangre de su cuerpo, por lo que durante las próximas veinticuatro horas nos esforzaremos en que lo recupere con una serie de transfusiones. Ahora mismo se encuentra estable pero en estado crítico. Le haremos otro TAC por la mañana para ver si ha habido mejora, pero el alcance de los daños no se sabrá hasta que... —Se calla un momento y se aclara la garganta —. Hasta que recobre la consciencia —termina resignado.
Sé perfectamente que ha evitado decir «si». Si recobra la consciencia. Mi mundo oscuro se oscurece más, mi corazón dolorido se contrae más.—El resto de las heridas son bastante superficiales. Laceraciones aquí y allá, pero las radiografías confirman que no hay nada roto. Parece que la peor parte se la ha llevado la cabeza.
Mi mente se esfuerza por asimilar el torrente de información.
—Daños —susurro—. Ha dicho «daños». ¿Quiere decir daños cerebrales?
—No puedo descartarlo, señor Lanzani. Vamos a trasladar a Lali a la UCI.
Y en cuanto lo dice, las puertas se abren de nuevo y dos celadores seguidos de una enfermera empujan la enorme cama de hospital hacia el pasillo.
Abro la boca como si fuera a toser y un débil sollozo me obliga a tapármela.
—Me cago en la puta. —Nicolas coge aire, conmocionado, y me pasa el brazo por los hombros para mantenerme en pie—. Se pondrá bien —vuelve a decir.
Pero esta vez sé que no lo cree de verdad. Imposible.
Apenas puedo verla entre los tubos, cables y máquinas. Pero lo que veo
hace que mi corazón se ralentice hasta el punto de que podría pararse. Mi preciosa chica está gris, por la pérdida de sangre. Mi fuerte y enérgica esposa parece débil, tan pequeña y delicada. Parece tan destrozada como yo me siento. Tengo ante mí la batalla de mi vida.
Y me siento como si estuviera en el umbral de la mayor pérdida a la que podría enfrentarme.