5: «FESTÍN» [1/2]

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Regresé a nuestro refugio cuando el sol estuvo en lo más alto

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Regresé a nuestro refugio cuando el sol estuvo en lo más alto. Fui recibido en lo que fue la sala de recepción de aquel edificio; mamá cabeceaba, sentada en la incómoda sillita del guarda con mi hermana en brazos, distraída haciendo dibujos sobre el polvo acumulado en el mostrador. El suave click del seguro alertó a mi madre de inmediato y tardó en reconocer mi silueta a contraluz; llenó mi ropa de lágrimas y Lilia se colgó de mis prendas mientras berreaba durante el minuto que nos podíamos permitir a mediodía. No más tarde, no más tiempo.

—¡¿Dónde diablos estabas, Alan?! —Mi madre me sujetó con fuerza como si pudiera escaparme y sus uñas largas se enterraron en mis hombros.

Bajé la cabeza y esperé su justa reprimenda. Dentro de unas pocas horas se habría completado un día desde que Jason y yo partimos en busca de comida.

«Y vaya que la encontré», no pude evitar pensar. El sabor de su carne todavía estaba en mi boca.

—Perdón, mamá.

—¿Estás herido? Vi tu nota. ¿Dónde está Jason?

—Necesito... decirte algo.

Las arrugas junto a sus ojos se acentuaron. Sabía que su pregunta era más una formalidad; yo, lleno de la sangre de Jason hasta por entre los dientes y con el aroma del miedo y las vísceras sobre la piel no tenía nada que pudiera ocultar.

—Ay, hijo... ¿Qué fue lo que hiciste? —Una mano le tembló mientras se cubría los labios. No podía verla a los ojos.

Casi perdí la compostura cuando me volvió a abrazar. Papá apareció en la cima de las escaleras intrigado por las voces de recepción y corrió para apretarnos entre sus brazos, aliviado de verme sano y salvo. «La familia completa», lo oí susurrar contra la descuidada cabellera de mamá, quien se separó primero y cargó a mi hermana. Alcancé a agarrar la manita de Lilia antes de que mi madre diera un paso para alejarme de ella.

—Cariño, ¿puedes subir a Lilia?

Papá me miró de la misma forma en que mamá lo hizo: extrañado, como si su hijo fuera uno más entre las bestias que acechaban en el exterior. Pero ¿qué otra alternativa tenía?

«No —me corregí—. Es lo único que podemos hacer si queremos sobrevivir. Todos». Me imaginé a la pequeña Lilia devorando el cuerpo abandonado por los Rápulis y el estómago se me revolvió; claro que entendía si tenían cuidado al tratar conmigo. En cierto modo había dejado de ser un humano.

Mi madre enroscó los dedos entre el cuello de su uniforme de enfermera con el que salió la noche que dejamos el hospital. Mantuvo su distancia mientras seguía con la mirada a papá y Lilia desaparecer y cuando estuvimos los dos solos, me estudió con la mirada. Se le notaba dolida, casi traicionada. Tragué saliva, sintiéndome mareado de pronto.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora