11: «DESPEDIDA» [CAPÍTULO FINAL]

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La lluvia se transformó en tormenta.

Observaba los postes balancearse, iluminados solo por los rayos que rompían el cielo. Esta noche no había rastro de ningún rápuli en las calles, y el agua limpiaba el aire del hedor de los cadáveres al que nos acostumbramos.

Toda la ciudad estaba en pausa.

Gina iba descalza. Había puesto a secar los zapatos junto con los míos en una esquina de la sala. Masticaba un pedacito de madera para calmar el ansia y traía otro consigo que me ofreció; el sabor era terrible y algunas astillas me raspaban la lengua, sin embargo, era lo mejor que teníamos en el momento.

Levanté la vista hacia ella. Aunque llevaba media hora sentado en la entrada y el cuerpo se me helaba de recibir de lleno los ventarrones, la dicha de una noche en calma no podía arrebatármela nadie.

—Lilia está dormida —dijo mientras tamborileaba el marco de la puerta con los dedos. Su semblante era sombrío, y compartía su inquietud. Ira y desesperación mezcladas, que deseaba ahogar con la tormenta.

A veces, sombras alargadas en las paredes de los edificios cercanos engañaban nuestros sentidos ya educados para permanecer en alerta, y agazapados como ratones, esperábamos hasta que las siluetas tomaban el aspecto de árboles y carteles ondeantes.

Pegué el cuerpo a Gina para mantener el calor.

No habíamos sacado el tema de lo que sucedió de regreso, pero tenía claro que era un error dejarlo pasar; sin embargo, ahora solo tenía en la mente el peligro al que Lilia se expuso sin razón.

Recordé el sutil aroma metálico que invadía las proximidades de la casa cuando llegamos, y el nerviosismo impreso en los gestos de mi hermana.

—Salió de la casa.

Gina dio un largo suspiro. Un rayo volvió su rostro pálido por un segundo y vi las señales del agotamiento en sus ojos.

—Puedo revisar su ropa y preguntarle. —Hizo el amago de ponerse de pie, pero la detuve tomándola de la mano.

El tacto me hizo retroceder de inmediato, como si me hubiera pasado corriente.

—Es peligroso, déjame hacerlo.

—No te vayas a confiar.

—Ha pasado poco tiempo.

Gina elevó ambas cejas al percatarse del tono en mi voz y alzó las manos en señal de rendición y volvió a sentarse. La arruga en su entrecejo no desaparecía.

—No puedes estar seguro.

La habitación que ocupaba Lilia estaba a oscuras y tardé unos segundos para adaptarme a la escasa luz. Debajo de una cobija gruesa, el bulto de su cuerpo se estremecía y encogía las piernas para ovillarse.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora