10: «LILIA» [1/2]

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Solo hasta entrada la noche, Lilia dejó de llorar

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Solo hasta entrada la noche, Lilia dejó de llorar. Gina había pasado ronda para cuidar que nada alrededor supusiera una amenaza. Con cuatro ojos menos que el día anterior, el refugio se sentía vacío y las pocas veces que alguien decía algo el ambiente se cargaba de una extraña energía como si no estuviera permitido hablar. Incluso yo desconocía el sonido de mi voz.

Antes de que el sol se ocultara, repartimos un poco de carne para cada uno; en un terrible intento de aliviar nuestro pesar, Gina no dejó de decir que al menos tendríamos comida para más tiempo... ahora que nos librábamos de dos bocas extra.

Desperté del superficial sueño con una sacudida. Gina tenía ambas maletas listas con lo justo. Ella cargaba la comida y yo el resto del equipo: sogas, algunas bolsas y el cuchillo que me había dado. Dejaba dormir a Lilia en mi regazo mientras esperábamos a que amaneciera para marcharnos; Gina se sentó a mi lado y observó en silencio como pasaba el arma de una mano a otra.

—No fui capaz de usarlo.

—¿Qué cosa?

De nuevo fui víctima del peso de la acusación sobre mis hombros. Estaba harto de ocultar la verdad.

—Mamá resultó herida. No había forma de que sobreviviera sin atención.

Gina apretó la mandíbula, pero esta vez no se alejó de mí.

»No quería que sufriera —añadí mientras pasaba un dedo con cuidado por el filo—. Por un momento dejé de pensar con claridad. Acabo de recordar que lo tenía. No estoy acostumbrado a... cargar armas.

—Está bien. Alan, lo que hiciste fue para... ayudar a tu madre, de alguna forma.

—No lo sé. Yo... ya sabes.

—¿Se encontraba mal?

Recordé su pulso débil y la respiración agitada. Si no hubiera hecho algo, ¿seguiría con vida?

—¿Y si me equivoqué?

Lilia se removió entre sueños. Ahora que el cielo tomaba un color lechoso, no faltaba mucho antes de que tuviera que despertarla. Gina me pasó un segundo trocito de hígado que mastiqué hasta dejarlo seco; era difícil comer con la imagen de mi madre presente, pero debía llenar el estómago porque en cualquier momento necesitaría confiar en mi fuerza.

Me descubrí aterrado, traicionado por mi subconsciente, pensando en toda la carne de mamá que pudimos haber aprovechado.

—No deberías pensar en eso.

—¿En qué? —pregunté con voz dura.

Gina alzó ambas cejas y se limpió la sangre de los dedos.

—¿Por qué te pones así?

—¿De qué hablas?

Mantuvo la mirada unos segundos y sorbió la nariz.

—Nadie más estuvo allí, solo ustedes dos. Debías actuar rápido y eso fue lo que elegiste.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora