Parecía que había mentido respecto a la condición de papá, y no sabía si podía soportar el escuchar durante más tiempo los gemidos de súplica para que su cuerpo le diera un respiro. No tenía tanto conocimiento como mamá en materia de salud, pero cualquier persona con dos dedos de frente hubiera reconocido cuando un problema comenzaba a salirse de las manos. Mi padre incluso se había rendido a volver a su duro lecho, y trasladó sus escasas pertenencias para mantener abierta la entrada al cuarto de aseo. Traté de animarlo a que descansara; en mi mente, si estaba dormido la urgencia de quedarse anclado al retrete desaparecía; sin embargo, duró un buen rato con los ojos casi sin parpadear, puestos en el techo, mientras trataba de contarle historias inventadas de paseos en familia que nunca podríamos realizar.
Su piel estaba pálida, fría y pegajosa por el sudor. Los labios se le habían cuarteado y las últimas dos veces el vómito salía mezclado con sangre. Era lamentable verlo con el rostro sobre el asqueroso asiento hueco, con la saliva escurriéndole por las comisuras de los labios.
—Papá. —A pesar de que me observaba, no sentía que lo hiciera en verdad, y era la segunda vez que le tocaba el hombro o para moverlo un poco. Agitó el brazo en el segundo intento. Me había prometido preocuparme después del tercero... o el cuarto. No quería admitir que de la nada, mi padre perdía vitalidad a una velocidad alarmante, y mientras él se ausentaba, yo hacía lo mismo y repasaba todo el día de papá hasta este momento, pero no lograba encontrar la memoria que me indicara por qué mi padre estaba muriendo frente a mis ojos sin que pudiera hacer algo por él. Claro que nuestra relación nunca fue tan cercana como era con mamá antes de toda esta mierda, pero me compadecía de Lilia, que era la princesita de papá. Era un alivio que su sueño fuera tan pesado y se hubiera quedado dormida antes de que papá se agravara. Tal vez para la mañana, lo peor habría pasado y él comenzaría a mejorar.
—¿Alan? —Algo en su voz me impidió voltear a verlo. Por un segundo papá se dobló por una extraña sacudida y aún en la anómala posición pronunció mi nombre, pero sus palabras se escuchaban como si fuera la primera vez que las decía y no comprendiera qué era un Alan.
Dudé en responder. ¿Pero qué demonios? ¡Era mi padre!, ¡mi padre agonizante! Carraspeé fuerte e hice a un lado la angustiante señal en mi cabeza que me gritaba que corriera.
—¿Sí..., papá?
Al oír el «papá», su cuello se puso rígido y levantó la cabeza en un ángulo que se veía incómodo. El mentón le tembló cuando trató de responder; apenas separó un centímetro los labios, su abdomen se contrajo y tuve el tiempo justo para evitar que me cayera el vómito encima y observar el arrepentimiento en sus ojos en la manera en que bajaba la cabeza y la hundía en la taza del inodoro. «Lo siento, hijo», repitió el eco, pero ya había cerrado la puerta.
Moví a mamá, cuya guardia esperaba que reemplazara la mía; había algo en papá que me causaba inquietud y quería alejarme de él por un rato. Escuché que mamá suspiraba y que algunas varas metálicas rodaron cuando ella se giró para verme de frente. Se relamió los labios y sus ojos se desviaron hacia el cuarto de aseo.
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Apetito #ONC2024
Science Fiction«Primero llegó la invasión, luego el hambre y el miedo». La escasez trajo un nuevo cazador a la tierra y la competencia acaba con todo a su paso. Excepto con el hambre. Sin comida suficiente, los invasores encuentran en la especie más numerosa el al...