9: «MONSTRUO» [1/3]

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Rodeamos el cadáver del hombre infectado e hice pasar a Gina a través de la ventana al núcleo de nuestro refugio

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Rodeamos el cadáver del hombre infectado e hice pasar a Gina a través de la ventana al núcleo de nuestro refugio. El aire tenía el acre perfume de la enfermedad impregnado en él, denso al respirar e imposible de ignorar. Gina lo detectó al instante, antes de que pudiera pensar en una excusa de por qué la había traído, pero ahora que estaba conmigo no podía permitir que se marchara: con Lilia aún inocente, papá enfermo y mamá en mi contra, ella era la única con quien podía contar; sin embargo, su gesto silencioso y afilado me dio a entender que no dejaría pasar esto.

Me apretó la mano en señal de advertencia cuando mi madre escuchó el papel periódico pisoteado y el vidrio roto bajo nuestros pies. Su rostro palideció mientras pasaba la atención de mí hacia Gina. Sabía qué era lo que pensaba: igual que todos, igual que Jason.

«No se suponía que estuviera viva».

Tanteó el escaparate central y se sostuvo de él a medida que se acercaba. Había dejado en claro a Lilia que no se moviera hasta que regresara. Esa manía de susurrarle al oído, ¿acaso temía que en cualquier momento pudiera saltar sobre ella? ¿Atacarla?

Entre más cerca se encontraba, descubrí que la mayor parte de su atención estaba puesta sobre mí. Vigilaba la posición de mis brazos tan alerta como una presa: en estos instantes, ella me veía como un cazador. Un peligro.

Ella, el humano; yo, el rápuli.

Apreté los dientes cuando se enderezó, todavía con su mano diestra dentro de su bolsillo. ¿Tendría un arma en el interior? Extendió la otra hacia Gina, y aunque advertí el gesto ansioso de Gina antes de corresponder el saludo de mi madre, aceptó el apretón y dio un paso atrás para quedar a mi lado.

—¿Eres tú de verdad, Gina? —El tenso apretón se convirtió un abrazo y las lágrimas se acumularon en sus ojos.

—Sí, sí.

—No puedo creerlo, es un milagro, ¿cómo lo hiciste?

—Tuve mucha suerte, señora Daley. —Se humedeció el labio inferior y sorbió con fuerza la nariz—. Me alegra saber que están todos bien.

«Miente».

El instinto me hizo girar hacia donde se encontraba el peligro: mi padre yacía sentado en una esquina. Después de darle un breve reporte a mamá de cómo había encontrado a Gina y dejarlas a solas, crucé los cinco metros que me separaban del lugar que le habían adecuado a papá, que tenía el mismo aspecto de un animal abandonado, con el torso desnudo aun siendo de noche: sobre los cartones, mamá extendió la ropa de papá que parecía haber sido lavada pobremente y puesta al sol, en la que todavía quedaba en ella una nota del intenso olor del vómito.

A pesar de que me puse frente a él, apenas parecía notar mi presencia. En su rostro no existía emoción alguna y tenía la mirada perdida en el techo; de vez en cuando daba una sacudida y luego su cuerpo se torcía en una posición imposible de reacomodar; y la saliva se le escurría de un lado de la boca, pero tenía miedo de tocarlo y terminar igual que él.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora