6: «DÍA UNO»

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—¡Abajo!

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—¡Abajo!

Mamá empujó nuestras cabezas al suelo y caí de rodillas; algo se me había clavado entre la tela y la piel. Estaba seguro de que aquello dejaría un moretón. Me reflejaba en las gotas de sangre que había en el espacio entre mis manos. Aguanté la respiración y vi con el rabillo del ojo que mi madre suplicaba a mi hermana que guardara sus sollozos para otro momento e hiciera lo mismo. Lilia gimoteó mientras se cubría la boca con el chaleco del colegio.

«Dueeeeleee».

Papá gateó hasta nosotros y todos nos apretujamos contra una esquina al lado del portón que nos permitía la vista a la ventana cubierta con papel periódico desde adentro. Algunas de las páginas no estaban fijas y amenazaban con caerse. El mostrador principal junto a la caja estaba roto y los serruchos que debieron estar en exhibición, regados por todo el negocio; otros tantos metros de una soga más gruesa que la que teníamos y un par de martillos que llamaron mi atención.

La figura del rápuli de afuera cubrió la tenue luz que se colaba por los espacios sin cubrir y vimos su sombra a través del cristal. Más grande que el que combatimos Jason y yo, pero menos corpulento que aquel con el que me comuniqué; aun así, tan peligroso y letal como cualquiera.

«Uno pequeño bastó para romper la mente de Gina en cuestión de segundos», pienso mientras escucho cada paso que da el monstruo. Solo nos separa el medio metro de muro y la ventana cubierta de papel viejo.

Si pudiera esforzar la vista nos descubriría. ¿Qué tan inteligentes pueden ser?

«Tanto como para entender nuestro idioma». Aunque no todos parecían tener la misma capacidad, ¿qué los diferenciaba? Me vi a mí mismo, minúsculo junto al rápuli que nos acechaba. Estaba seguro de que eso sabía que algo se escondía bajo sus narices y solo era cuestión de tiempo para encontrarlo. A nosotros.

Cuando alzaba la pata, esperaba al paf de su pisada para soltar el aire y volver a respirar si es que la cabeza comenzaba a palpitarme y la garganta se me apretaba, luchando por oxígeno.

«Dueeeleee».

Ese maldito, ¡la voz de una niña! Por instinto, mamá cubrió a Lilia con su cuerpo y apretó sus manos contra los oídos de mi hermana. Era la que más le temía a los rápuli y con justa razón; el resto solo nos habíamos acostumbrado, si se podía decir así, a la idea de su existencia.

«Dueeeleee».

Las garras de sus extremidades superiores eran más altas que el murito que soportaba la ventana. Levantó una y luego otra, y empezó a darle golpecitos al vidrio como si llamara a la puerta.

«Dueeeleee».

Sus chillidos eran más intensos que hacía un momento. Mi mamá contrajo las piernas con clara intención de salir corriendo; no estábamos protegidos y el interior del negocio era fantasía ante una seguridad inexistente, pues no le costaría ningún esfuerzo romper el vidrio y devorar su premio.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora