3: «RÁPULIS. PARTE 2»

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La sangre regó el suelo y fui el único que no cerró los ojos mientras el hombre apretaba la carne abierta mientras la vida se le escurría por entre los dedos

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La sangre regó el suelo y fui el único que no cerró los ojos mientras el hombre apretaba la carne abierta mientras la vida se le escurría por entre los dedos. Jason maldijo en un susurro y mamá le chistó para que callara: el cazador había metido las fauces dentro de la herida y tragó varias veces mientras aún permanecía con vida. Sin embargo, lo que me heló la sangre, fue que no parecía un simple animal que devoraba su trofeo, sino que tenía el aspecto de alguien que estaba consciente de lo que hacía. Se relamió una a una las falanges y pasó la lengua por la fila de colmillos que sobresalía de su mandíbula.

Se alimentó hasta que el cuerpo quedó irreconocible y volvió por donde había venido.

Cuando creímos estar seguros de que el peligro había pasado, mamá señaló la siguiente entrada; la principal no era una opción si eso significaba encontrarnos cara a cara con esa bestia.

—Con cuidado. —Me apretó la mano y señaló las vísceras de otro humano desperdigadas por el asfalto. Este lugar se había convertido en su zona de caza; de la escuela, con sus casi mil quinientos estudiantes para cuando las naves llegaron a la tierra, no se diferenciaba de cualquier edificio abandonado.

Rodeamos la escuela en fila india con mamá al frente y Jason en la retaguardia, hasta que encontramos un agujero en la pared; pero aun después de una hora no se veía rastro de las cápsulas en donde habían llegado. Tal vez las movilizaron al interior de la escuela donde los muros ofrecían calor en la noche y escondite..., pero ¿realmente necesitaban refugio? Me costó pasar saliva de recordar la escena de hacía unos minutos mientras las palabras de mamá resonaban en mi mente; inútiles las armas y sin garras o colmillos con los qué hacerles frente, comenzaba a entender el porqué de la montaña de fallecidos en el primer día y las esperanzas de encontrar al resto de la familia perdieron la fuerza de un principio.

Como si Jason me leyera la mente, me dio unas palmaditas sobre la espalda.

—Estarán bien.

—Claro —le respondí, tratando de verdad de creer mis palabras; no obstante, era el quinto día y si por fortuna habían sobrevivido a los invasores, quizá no corrieran la misma suerte frente a la deshidratación y el hambre.

De vez en cuando lograba percibir el murmullo que cortaba el silencio, la voz de los impostores: «ayuda, por favor»; la voz, tan real como la de cualquier ser humano, generaba en mí el impulso de ir tras ellos por el infantil tono en sus palabras de súplica; sin embargo, mamá me apretaba el brazo en señal de advertencia. Su agarre frío temblaba sobre mi cuerpo. No eran aquellos los llantos de los niños, ni siquiera de los conocidos.

Sorteamos otros dos de los monstruos antes de alcanzar la segunda entrada, casi al final de la cuadra donde se situaba un estacionamiento. El portón tenía un par de rejas rotas y un extremo abollado donde se curvaba hacia afuera. Mamá nos señaló el espacio que se hacía entre el metal y el suelo, suficientemente amplio como para que los tres pasáramos. Nos encargamos del equipaje, un par de maletas pequeñas donde habíamos guardado nuestras armas y unos pocos suministros, y una vez estuvo del otro lado, Jason hizo una señal a mi madre para que fuera la primera.

Apetito #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora