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Resultaba peculiar yacer bajo un ambiente pacífico, sin nadie a quien maltratar. Habituarse sería un desafío, sobre todo su intento por dormir. Necesitaba el aroma de sus almohadas y mantas. Anhelaba la calidez de su pequeña habitación y no la gelidez actual que le rodeaba junto a ochos espejos que no hacían más que atormentarle, creyendo y temiendo toda la noche que alguien frío y desolado saldría y le llevaría. Paranoia le había circundado con cada ruido causando ecos por toda la residencia, inclusive aquellos que provenían desde el jardín.

El astro solar le daba nuevamente la bienvenida, los pequeños rayos de un frágil amanecer se colaban por las cortinas acariciando las mejillas de su rostro. Reincorporándose sobre el colchón, notó una bandeja con su desayuno sobre la mesita de noche, recompensando el mal dormir. El aroma divagó a su alrededor tentando sus fosas nasales, el rugir vivaz de su estómago le indicó que debía hacer algo al respecto. Situó la fuente sobre su regazo y devoró todo lo que había allí, gimiendo de gozo por la detonación de sabores sobre su paladar.

Engullendo un pan tostado con huevo y tocino, enfocó su mirar a los pies de la cama, donde nuevas prendas que tendría que usar reposaban suaves y estiradas. Sonrió, la pesadumbre titilando dentro de su iris azulada. A pesar que era un hermoso gesto, no quería sentir que abusaba de sus bondades.

Estaba bastante satisfecho con todos los bocados que comió, sintiéndose pleno y enérgico. Duchado y vestido, observó su reflejo a través de uno de los espejos, inhalando y exhalando complacido. La camisa blanca y los pantalones beige cortos —de esos que le llegaban arriba de la rodilla—, todo lo contrario a contrastar con su pálida piel, intensificaban su tonalidad nívea a tal extremo de ser uno con las paredes a su alrededor. Recuerdos de él tomando sol, eran escasos. La extrema disciplina de su padre ocasionaron nunca fuera participe de los rayos ultra violeta sobre su faz demacrada.

Dos golpes se acentuaron sobre la puerta para luego ser levemente abierta. El cabello castaño de Jeongguk sobresalía a través del umbral.

— ¿Puedo pasar? —Sonrió.

Jimin asintió, tímido. Se alejó del espejo y tomó asiento en el extremo de la cama, esperando atentamente oír nuevamente la voz de Jeongguk.

— ¿Te ha gustado la habitación? —Se adentró. Con las manos en los bolsillos caminó alrededor, echando un ligero vistazo.

—Sí —Musitó.

Jeongguk frunció el entrecejo.

— Oh, vamos, Jimin —Le animó, situando su mano en una de las rodillas descubiertas con plena delicadeza y confianza. Jimin lo notó y tragó con dificultad, más no le alejó—. Ayer quedamos en que seríamos cercanos.

¿Lo recuerdas?

— Lo siento —Cabizbajo—. Es solo que no logro adaptarme.

— Entiendo, iremos paso a paso —Suspiró leve. Tomando la mano de Jimin, le obligó caminar junto a él—. Ven, te quiero presentar a alguien.

Jimin miró expectante sus manos entrelazadas, advirtiendo cuán agradable se sentía el tacto sobre el suyo. Calmaba los temblores inquietos de su cuerpo.

Contemplando el interior de la residencia, dedujo fácilmente podría extraviarse allí, deseando jamás tener que lidiar con aquellos confusos pasillos que se sometían actualmente con su presencia. En la sala, la silueta de una mujer les daba la espalda. Poseía contextura delgada. Eran unos cuantos centímetros más alta que él.

Jeongguk carraspeó, llamándole la atención.

— Jimin, ella es Carla Monet.

— Es un placer conocerte al fin —Comentó Carla, atrayéndole para abrazarle—. Seré la encargada del orden y tu alimentación.

#1 CONTROL MENTAL ✿ KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora