I.

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Aegon era plenamente consciente de lo que se rumoreaba de él por toda la ciudad.

Sabía que era considerado un maldito mujeriego que solo pensaba con la polla, chistoso, porque ni siquiera era él quien metía la polla, al contrario, a él se la metían.

Llevaba años viviendo el mismo ciclo, divagar por el castillo, beber vino, e ir a un burdel en el que lo pudieran satisfacer.

Era lo que se había estado dedicando a hacer desde aquella maldita noche.

Si tan sólo hubiera permanecido en su habitación, si tan sólo no hubiera querido ir a descansar en los aposentos de Jacaerys.

Aegon sentía la bilis subir por su garganta, y las arcadas llegar a él cada que recordaba ese día.

No soportaba tener que seguir existiendo, no soportaba a su familia, no soportaba que lo creyeran idiota. No era idiota, conocía lo jodidos que estaban todos en la Fortaleza Roja.

Aegon detestaba a sus padres, detestaba a su abuelo, detestaba a sus sobrinos, a su hermana, a sus tíos. Las únicas personas que estaban libres de recibir su odio y las palabras que soltaba como si fueran veneno cada que podía, eran sus hermanos.

Solo ellos tres, eran los únicos que no lo trataban como si fuera bazofia, Aemond lo iba a recoger cada mañana a los burdeles, lo traía de regreso al castillo, y a veces hasta lo bañaba y se quedaba con él, sólo abrazándolo. Helaena solía ir a visitarlo luego de que Aemond abandonaba su habitación, lo iba a buscar para que ambos desayunaran juntos y se quedaba varias horas simplemente sentada a su lado hablándole de todo y nada. A veces sólo se dedicaba a mostrarle sus mascotas, pequeños insectos que ella mantenía en su habitación.

Daeron cada semana sin falta le mandaba varias cartas, relatandole hasta la cosa más pequeña que realizará.

No todo era malo si lo pensaba bien.

–Egg, madre solicita nuestra presencia en el salón del trono –Escuchó decir a Helaena.

Aegon no la había siquiera escuchado abrir la puerta.

–Dame un momento termino de desenredar mi cabello, Hel –Pidió Aegon, tiempo atrás había llevado el cabello corto hasta los hombros, hace aproximadamente dos años lo había estado dejando crecer, ahora le llegaba a la cadera.

–Yo te ayudo, Egg, para darnos prisa –Fue lo que respondió, mientras se posicionaba detrás de él que estaba frente sentado frente al espejo.

Aegon la dejo ser, le permitió que le realizara una trenzas sencillas sólo para que el cabello no le cubriera el rostro, cuando ella termino, Aegon simplemente le sonrió.

–Quedaste precioso, claramente no tiene nada que ver con lo gran estilista que soy –Dijo Helaena, haciéndole reír a él– ahora si, vamos, hay que llegar rápido antes de que madre nos regañe.

–Claro, Hel –Dijo Aegon, sonriendo con malicia– ¡El último en llegar le da su postre de la cena al otro! –Gritó antes de echarse a correr para ganarle a Helaena.

–¡Oye, eso es trampa! –Protestó ella antes de correr detrás.

Aegon, con una ligera ventaja, corría con rapidez, en momentos como estos agradecia el arduo entrenamiento que les hacia sufrir Ser Criston. Helaena no se quedaba atrás, esforzándose por alcanzarlo.

Cada uno giraba en las esquinas con agilidad, sorteando sirvientes y cortesanos que observaban la escena con sorpresa y diversión.

Muchos ya estaban acostumbrados a tales escenas.

El sonido de sus pasos resonaba en los pasillos mientras se acercaban al salón del trono.

Finalmente, él llegó primero a la puerta, riendo triunfante mientras esperaba a que Helaena llegara detrás de él.

"No quiero ser rey"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora