Aegon permanecía en brazos de Jacaerys.
–Ñuho glaeso hūrus –Susurro Jacaerys con su rostro hundiendo en el platinado cabello de Aegon.Luna de mi vida.
Aegon amaba ser llamado así por Jacaerys, incluso lo amaba más cuando lo pronunciaba en alto valyrio.
Su voz sonaba tan grave y gruesa que sentía las piernas temblarle.
–¿Sí? –Preguntó.
–Avy jorrāelan –Volvió a susurrar Jacaerys.
Aegon sonrió mientras se aferraba más al morocho.
–También te amo, Jace. –Murmuró en voz baja.
A veces recordaba cuando estaba con él.
Solía hacerlo en momentos como estos, en los que se encontraba sentado en la soledad de su habitación. Aunque ya no había un Jacaerys al que amara ahí con él.
Lo de ellos se había acabado hace años.
Tenía dieciséis años y Jace quince.
Eran felices, se amaban y siempre estaban juntos.
Ahora, tenía 21 y Jacaerys tenia 20.
Pero ya no era feliz con él, lo amaba, y ya no estaban juntos.
Jacaerys lo había obligado a enterrar ese amor que sentía por él.
Jacaerys lo había dañado esa noche que lo encontró en brazos de Baela siendo besado.
Recuerda haber escuchado a Baela susurrarle que lo quería antes de besarlo.
Parecía que Jacaerys había olvidado su existencia mientras permanecía con ella.
Después de esa noche, él ya no volvió a buscar a Jace.
Empezó a ignorarlo.
No volvió a romper el ayuno con él.
Empezó a ir a la ciudad.
Empezó a beber... y pronto se perdió.
Lo que era hoy en día eran vestigios de quien fue en su momento.
Se sumergió en la marea de recuerdos que lo arrastraba a tiempos pasados, tiempos donde la felicidad parecía un regalo cotidiano.
Recordaba las noches en las que se perdía con él en conversaciones interminables, compartiendo sueños y esperanzas. Pero ahora, esas mismas memorias le causaban un dolor punzante, un dolor que se alimentaba del vacío dejado por lo que sintió como la traición de Jacaerys.
Cada recuerdo era como un puñal envenenado, recordándole lo que una vez tuvo y perdió.
El odio se apoderaba de él, como una sombra oscura que lo envolvía en su frío abrazo.
No había sido suficiente para Jacaerys.
Su madre siempre lo decía, él nunca sería suficiente para nadie.
Recordaba los besos robados, las caricias tiernas, pero también lo que consideraba sus mentiras y la traición.
La imagen de Jacaerys con Baela, con esa sonrisa que antes era solo para él, le quemaba como fuego ardiente.
Odiaba a Jacaerys por haber destrozado su corazón.
Odiaba cada mentira, cada engaño, cada momento en el que confió ciegamente en alguien que lo traicionaría sin remordimientos.
Y a medida que el odio crecía, también lo hacía el dolor, un dolor que se clavaba en lo más profundo de su ser y se negaba a desaparecer.
El dolor de sentirse traicionado, abandonado, despreciado.