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Lali había llorado tanto que tenía los ojos hinchados y casi cerrados. Peter se había limitado a abrazarla durante el primer arranque de llanto, con el coche estacionado delante de Hammerstead; luego, cuando recuperó ligeramente el control, le preguntó:

— ¿Podrás comer algo?

Ella negó con la cabeza.

—No. —Tenía la voz ronca—. Tengo que decírselo a Cande...y a Rochi...

—Aún no, cariño. En cuanto se lo digas, lo sabrá el edificio entero; luego alguien llamará al periódico o a una emisora de radio o una cadena de televisión, y lo sacarán en las noticias. Todavía no se ha informado a la familia, y no tienen por qué enterarse de esa manera.

—Euge no tiene mucha familia. —Lali extrajo un pañuelo de papel del bolso, se secó los ojos y se sonó la nariz—. Tiene una hermana en Saginaw, y creo que unos tíos ya mayores en Florida. Eso es todo lo que yo la he oído mencionar.

— ¿Sabes cómo se llama su hermana?

—Agustina. El apellido no lo sé.

—Probablemente figure en una agenda de direcciones de su casa. Les diré que busquen una Agustina en Saginaw. —Marcó un número en su teléfono móvil y habló en voz baja con el que contestó al otro extremo de la línea, impartiendo la información sobre la hermana de Eugenia.

—Tengo que ir a casa —dijo Lali con la mirada perdida a través del parabrisas. Echó mano de la manija de la puerta, pero Peter la detuvo para retenerla en el sitio sujetándola firmemente del brazo.

—Ni sueñes que vas a ponerte a conducir ahora —le dijo—. Si quieres irte a casa, te llevaré yo.

—Pero a lo mejor tienes trabajo.

—No te preocupes por eso —replicó—. Tú no vas a conducir.

Si no estuviera tan destrozada, habría discutido con él, pero se le volvieron a inundar los ojos de lágrimas y comprendió que no veía con claridad para conducir. Tampoco podía volver a entrar en la empresa; no podría soportar el hecho de verse con nadie en aquel momento, ni las inevitables preguntas que le harían, sin venirse abajo.

—Tengo que decir en la oficina que me voy a casa.

— ¿Podrás hacerlo sola, o quieres que me encargue yo?

—Puedo hacerlo yo —dijo Lali con un temblor en la voz—. Es que... ahora mismo, no.

—Está bien. Ponte el cinturón de seguridad.

Lali se abrochó obediente el cinturón y se quedó completamente inmóvil mientras Peter introducía la marcha y sorteaba el tráfico de la autopista. Condujo en silencio, sin entrometerse en su dolor mientras ella hacía lo posible por aceptar que Eugenia ya no estaba.

—Tú... Tú crees que ha sido Bruck, ¿verdad?

—Habrá que interrogarlo —respondió Peter, neutral. En aquel momento Riera era el principal sospechoso, pero las pruebas tendrían que demostrarlo. Aunque uno apostara por la alternativa más probable, siempre tenía que ser consciente de que la verdad podía imponerse a todos los porcentajes. ¿Quién sabe? A lo mejor descubrían que la señorita Suarez se veía también con otra persona.

Lali empezó a llorar de nuevo. Se tapó la cara con las manos y se inclinó hacia delante sacudiendo los hombros.

—No puedo creer que esté ocurriendo esto —logró decir, y se preguntó vagamente cuántos millones de personas habían dicho exactamente eso mismo durante una crisis.

—Ya lo sé, cariño.

Peter sí lo sabía, pensó Lali. En su trabajo, probablemente veía demasiadas escenas como aquélla.

El hombre perfecto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora