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Teniendo en cuenta que ya eran tres los hombres que habían encontrado cosas mejores que hacer que casarse con ella, aquél no era precisamente el comentario más sensible que pudo hacer.

Resultaba especialmente doloroso por provenir de un hombre que acababa de proporcionarle tres explosivos orgasmos.

Agarró la almohada, le atizó en la cabeza con ella y se bajó de la cama de un salto.

—Yo puedo solucionarte ese problema —le dijo, echando humo mientras escrutaba la habitación a oscuras en busca de su ropa interior. Maldita sea, ¿dónde estaba el interruptor de la luz?—. ¡Ya que soy un problema tan grande, me quedaré en mi lado del camino de entrada y tú puedes quedarte en la mierda del tuyo! —Para cuando terminó ya estaba gritando. Sí... aquella mancha blanca debía de ser su sujetador. Lo recogió del suelo de un manotazo, pero se trataba de un calcetín. Un calcetín maloliente. Se lo arrojó a Peter, el cual lo aplastó a un lado y saltó de la cama en dirección a Lali.

— ¿Qué demonios has hecho con mi maldita ropa? —le rugió ella, esquivando su mano y recorriendo enfurecida la habitación, a oscuras—. ¿Y dónde está el maldito interruptor de la luz?

— ¡Haz el favor de calmarte! —exclamó Peter, en un tono sospechoso de estar reprimiendo una carcajada.

Así que se estaba riendo de ella. Sintió el escozor de las lágrimas en los ojos.

— ¡Y una mierda, no pienso calmarme! —chilló, y acto seguido giró en dirección a la puerta—. Puedes quedarte con esa maldita ropa. Prefiero irme a mi casa desnuda antes que quedarme aquí contigo un minuto más, maldito monstruo insensible...

Un brazo de duros músculos se cerró alrededor de su cintura y la alzó en volandas. Soltó una exclamación, agitando los brazos, y entonces rebotó contra la cama al tiempo que el aire abandonaba sus pulmones con un resuello.

Tuvo el tiempo justo de inhalar un poco de aire antes de que Peter aterrizase encima de ella aplastándola con su gran peso y obligándola a exhalar de nuevo. Rió mientras la subyugaba con una facilidad ridícula; en cinco segundos ya no podía forcejear en absoluto.

Para su asombro y su rabia, descubrió que Peter tenía otra erección, que vibraba contra sus muslos cerrados. Si se creía que iba a abrir las piernas para él después de...

Peter cambió de postura, hizo presión con la rodilla en un experto movimiento, y las piernas se abrieron de todos modos. Otro cambio de postura y se deslizó suavemente al interior de ella. Lali sintió deseos de chillar por estar disfrutando tanto de aquello, por amarlo y porque era un monstruo. Su mala suerte con los hombres seguía cumpliéndose.

Entonces rompió a llorar.

—Vamos, nena, no llores —le dijo él en tono tranquilizador mientras se movía lentamente dentro de ella.

—Lloraré si me apetece —sollozó Lali al tiempo que se aferraba a él.

—Te quiero, Lali Esposito. ¿Quieres casarte conmigo?

— ¡Por nada del mundo!

—Tienes que casarte conmigo. Me debes todo tu próximo sueldo entero por todos los tacos que has proferido esta noche. Pero si nos casamos no tendrás que pagarme.

—No existe ninguna regla que diga eso.

—Acabo de inventarla. —Le enmarcó la cara con sus grandes manos y le acarició las mejillas con los pulgares para limpiar las lágrimas.

—Tú has dicho «mierda».

— ¿Qué otra cosa puede decir un hombre cuando ve que sus gloriosos días de soltería se acercan a su rápido e ignominioso fin?

El hombre perfecto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora