Lograron llegar a la funeraria a tiempo, pero por los pelos. Peter llevó a Lali a casa de Candela para que recogiera el coche, de modo que si el asesino acudía al funeral no la vería apearse del todoterreno de Peter y así no averiguaría dónde estaba viviendo. Con el Cobra guardado en el garaje de él, tenía que aparcar el todoterreno en el camino de entrada o en el garaje de Lali, lo cual era un fastidio porque ella no tenía la puerta de apertura automática.
Se sentía relajado, y Lali también estaba de un humor infinitamente más dulce. El sexo medicinal era algo estupendo. Había logrado resistirse a él durante cinco minutos enteros, pero justo cuando Peter empezaba a sudar de verdad, se enroscó a él con una chispa en aquellos ojos cafes y le susurró:
—Me siento un poco tensa. Creo que necesito relajarme.
Estaba impresionante, se dijo Peter observándola desde el otro extremo de la habitación. Llevaba un traje azul oscuro ceñido que le llegaba justo por la rodilla, y unos zapatos de lo más sexy. Lali dejó que él la mirara mientras se ponía lo que ella llamaba su «cara de funeral». Evidentemente, las mujeres contaban con una estrategia de maquillaje para cada ocasión. El perfilador y el rimel eran resistentes al agua, para evitar corrimientos. Nada de base ni colorete, porque iba a abrazar a gente y no quería dejar manchas en la ropa de nadie. Y una barra de labios a prueba de besos de un color que ella denominó un «discreto malva», aunque Peter no tenía ni idea de qué demonios era el malva. El lápiz de labios que llevaba Lali parecía rosado, pero las mujeres no podían decir simplemente «rosa».
Las mujeres eran una especie diferente. Alienígenas. Aquélla era la única explicación.
Agustina vestía de negro y lucía un aspecto muy digno. Su marido se había reunido con ella y estaba de pie a su lado, sosteniéndole la mano. Rochi llevaba un traje verde oscuro, y también iba acompañada de su marido. El señor Martínez era el típico americano de aspecto pulcro, con el cabello castaño cuidadosamente peinado y de facciones regulares. No sostenía la mano de Rochi, y Peter se fijó en que ésta tampoco lo miraba con mucha frecuencia. Allí pasaba algo, pensó.
Candela iba vestida con un vestido rojo entallado que le llegaba a media pierna. Estaba, simplemente, preciosa. Se acercó hasta Lali para reunirse con ella, y Peter se aproximó para oír lo que decían.
—A Eugenia le encantaba el rojo —dijo Lali, sonriendo a Candela y buscando su mano—. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí.
A Candela le temblaron los labios.
—He querido despedirla con estilo. Esto no es de mal gusto, ¿verdad?
— ¿Estás de broma? Es maravilloso. Todos los que conocían a Eugenia lo entenderán, y si no conocieron a Eugenia, no cuentan.
Allí estaba Roger Bernsen, tratando de mezclarse con la gente. No se le daba demasiado bien, pero lo intentaba. No se acercó a hablar, pero es que no estaban allí para charlar con la gente. Se movieron de un lado para otro estudiando a la multitud, escuchando conversaciones.
Habían acudido varios hombres rubios, pero Peter examinó detenidamente a cada uno de ellos y le pareció que ninguno prestaba una atención especial a Lali ni a las otras. La mayoría de ellos iban en compañía de sus esposas. Sabía que el asesino podía estar casado y llevar una vida normal en apariencia, pero a no ser que fuera un asesino en serie frío como una piedra, revelaría alguna clase de emoción cuando se enfrentase a su obra y a sus otras futuras presas.
Peter no creía que estuvieran tratando con un asesino así; las agresiones habían sido demasiado personales y demasiado emocionales, como las de una persona sin control.
Continuó observando a lo largo de todo el servicio religioso, el cual fue breve, gracias a Dios. El calor era ya sofocante, aunque Agustina había contratado el servicio lo más temprano posible para evitar la peor parte del día.
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El hombre perfecto
FanfictionUna lista, una broma, un amor, un misterio Ante todos tus defectos ¿eres perfecto?