Capítulo 10: Querer o no querer, esa es la cuestión.

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Mi cuerpo se amoldó a la perfección al asiento del copiloto de mi coche nuevo (caí justo con el codo apoyado en la ventana). La tía Rosa me regaló su abandonado Clío rojo del 2004, que le tocó en un sorteo y jamás llegó a conducir, y el mecánico de confianza, amigo de la infancia de mi madre (he intentado convencerla para que tengan una cita pero ella no lo ve claro), hizo el resto para ponerlo a punto. Me miré de perfil, mi yo del pasado, cinco meses después del accidente de coche, estaba concentrada en la carretera, pero aquella fijeza escondía algo más. Estaba enfadada. Tenía el ceño fruncido, las gafas puestas, porque aquí una ya desconfiaba de su agudeza visual, y apretaba el volante con la misma pasión que Dobby celebró su libertad tras recibir el calcetín.

—¿Así es mi nariz de perfil? —dije admirando mi napia.

De perfil la jodía se veía recta, finita y respingona, con el arete plateado. Pero es que de frente era otra cosa, fina por arriba y engrosada en la punta. Incluso un pelín daleada hacia la derecha si te fijas bien. Las mechas del año anterior estaban tan caídas que parecían californianas mal cuidadas y demasiado blanquecinas. Peluquera sin tiempo libre para parecer peluquera. El móvil sonó, de repente, lo miré de soslayo e ignoré la llamada. Bueno, ignoró la llamada la Daniela de veinte años, porque yo, con todo mi papo, cogí el teléfono y maldije al ver el nombre del Shakespeare moderno y confuso; Dani.

Sí, tuve algo intenso y exprés con un chico que se llamaba igual que yo. En su momento me pareció romántico, poético y todo. La cosa es que lo conocí por Instagram. A él le iba el rap español, como a mí, y no recuerdo porqué me dio el venazo de responderle por mensaje privado el pie de  foto que acababa de subir (un párrafo manido de la canción de DobleV Vivir para contarlo). La conversación se alargó más de lo que nunca llegué a pensar y acabó con un ¿seguimos comentándolo por whats? Hablábamos muy poco y muy de vez en cuando, pero esto se puso intensito un día antes de irse de vacaciones a Mallorca con sus padres y hermanos.

"Qué raro, creo que te voy a echar de menos estas dos semanas que voy a estar de viaje", me escribió lo que yo interpreté medio en broma y medio avergonzado.

"Tampoco tienes porqué dejar de hablarme si no quieres... No es que hablemos a todas horas ni todos los días", respondí con simpleza.

"Ya, no sé. ¿Tú no me vas a echar de menos? No respondas si no quieres, ha sido una pregunta estúpida".

Sí que lo era, fue la pregunta más estúpida que leí aquel día. Mi respuesta fue breve y sincera: no.

¿Lo ves? Dime que sí. Con Dani el inicio fue distinto. Yo no estaba interesada en él. Era un chico muy soso, sin conversación y que únicamente me hablaba para intentar chincharme, mandarme canciones de rap que él suponía que no había escuchado y reírse de mí con "cariño". No nos salía natural. Durante las vacaciones en Mallorca empezó a mandarme fotos de atardeceres y floristerías, todo porque salió una conversación en la que le dije que a mí ningún chico me había regalado flores nunca. Lo que no le dije es que tampoco me hacía especial ilusión porque le tengo alergia a la vida misma, pero sí que comenté que si alguna vez recibiera flores me gustaría que fueran rosas rojas. Así de simple soy, como el mecanismo de un botijo.

"Me he acordado de ti" junto a una foto de rosas de todos los colores en el escaparate de una floristería muy coqueta cerca de la playa.

Me ganó, con esos detalles sin importancia me ganó por completo. Empezaba a hacerme especial ilusión tener un mensaje suyo, que me escribiera al salir del garito al que había ido de fiesta con sus amigos de allí para decirme que había convencido al DJ para que pusiera Vivir para contarlo. Era un fiestero empedernido. Salía de miércoles a domingo. Se justificaba con que a los veinte o vives así o estás perdiendo el tiempo, yo le rebatía que eso para mí no es vivir, como otro punto de vista, sin más. No intentaba hacerle entrar en razón, llevarlo a mi terreno. Entiéndeme, me daba igual que saliera de fiesta y se hiciera añicos en la pista si eso le hacía feliz. Cada uno interpreta la vida a su manera y yo respetaba la suya.

Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora