Dije las palabras de la inscripción despacio, saboreándolas (ni que al decirlas de forma pausada se fuera a suavizar el mal trago que iba pasar). En fin. Aparecí en mitad de la calle, para ser más exacta, justo al lado de una farola de la plaza del ayuntamiento del pueblo. Era una plaza preciosa (lo sigue siendo) con sus bancos de hierro oscuro y ornamentos florales, maceteros gigantes a juego con los bancos a rebosar de claveles y rosas blancas bien cuidadas. La farola que coronaba el centro de la plaza era tan grande que iluminaba todo, hasta las escaleras de acceso al edificio, que tenían leds en los filos del escalón y farolillos en las paredes. Las casas de alrededor eran antiguas, de esas que tienen la fachada blanca, platos pintados de forma artesanal fijados en ella, una cortina en la puerta principal, gnomos y otras figuras de jardín en los poyetes de las ventanas y muchas flores en el balcón. Inspiré hondo, miré al fondo de la calle y negué con suavidad. Si la memoria no me fallaba, estaba a punto de aparecer corriendo.
Rebobinemos, ¿vale? Mi relación con Alex era una mierda, una de las que llevan ocho kilos de perfume con la intención de disimular el hedor; y yo tenía el olfato de Voldemort. Pues bien, por decirlo de alguna manera, aunque no era su mascota al uso, frente a sus amigos me trataba como si lo fuera. A decir verdad, no me importaba serlo, incluso diría que lo disfrutaba. Lo disfrutaba (aclaro) porque eso significaba que estaba con él. Soy una parguela de manual. ¿Qué puedo contarte de Alex para ponerte mejor en contexto? Joder, es el tío con el que más tiempo he estado y del que menos sé decirte. Siento que no lo conozco, que me centré tanto en ser su media naranja que me pasé por el forro a quién tenía delante. Caray, como me pasó con Dani. La cosa es que me gustaba oír a Alex hablar de él, pero decía tantas cosas y tan diferentes que no sé describirlo. Quizá esa era su intención, no definirse. Quién sabe. Era un chico que cambiaba de hobby y de sueño cada mes: en seis meses de relación me dijo que quería ser fotógrafo, después guitarrista profesional, DJ, compositor, modelo y, lo último que supe de él antes de que me dejara (cortó conmigo una semana antes de que declararan el estado de alarma en España por el COVID), es que quería ser militar. Tengo la sensación de que estaba desesperado por encontrar su lugar en el mundo, sin éxito. Quién soy yo para juzgar la desesperación. Por otro lado, lo que sí que tenía claro (más que su futuro y cualquier otra cosa) es que quería una novia guapa. Una chica que estuviera siempre lista y a su gusto: que llevara el maquillaje que a él le gustaba, la ropa que él quisiera. Yo intentaba hacerlo, pero fracasaba estrepitosamente. Odiaba que vistiera ropa ancha, que mi armario fuera tan básico y monocromático. Llegó a decirme que se avergonzaba de mí cuando caminábamos por Granada capital cogidos de la mano por la forma en la que me había maquillado o había combinado la ropa. Algunas veces acertaba con el outfit (sobre todo cuando era él quien me ayudaba a llevar la cesta de Shein), y cuando lo hacía era un día bueno. Un día de muestras de afecto y muchos besos. También de sexo generoso.
Nuestra vida sexual no es que fuera la mejor experiencia que he tenido en la vida y, después de Sergio (que dejó el listón muy muy alto), era frustrante. Sergio era generoso, buscaba el placer mutuo y no el individual. A Alex le daba igual que yo me corriera o no mientras que él si lo hiciera.
En resumidas cuentas, no era suficiente para él, y prueba de ello es que me dejó tres veces en medio año. Me convertí en un juego para él, en un obseso plan B eterno para cuando estaba aburrido o no le quedaban opciones donde escoger.
Aparecí girando la esquina, arrastrando los pies, mientras me subía la capucha de la sudadera e intentaba que no se me callera el regalo que llevaba en las manos. En Marzo, al caer la noche, siempre se levanta un viento muy feo y, aunque la sudadera era más bien fina, era perfecta para resguardarme de la rasca. Soy una chica calurosa. Team frío.
Lo que sentí ese día vuelve a arañarme la piel y a estrujarme los pulmones. Me sentía indefensa, hueca y perdida. Pensarlo hace que los ojos me escuezan por retener las lágrimas y una sensación de abandono me comprima el pecho. ¿Cómo pude caer tan bajo? ¿Cómo pude dejarme caer en unas manos ajenas a las mías y dejar que me moldeara de esa manera? Ah, ya sé. Lo mismo de siempre: expectativas, falta de límites y amor propio y, como no, pensar que eso era justo lo que abarcaba la palabra amor. La idea de que él me hacía mejor, de que él me completaba, era tan cegadora y asfixiante que no me dejaba ver un futuro sin Alex. Inspiré hondo al ver cómo las lágrimas me corrían por la cara. Qué impotencia verme así, llorando destrozada por un soplapollas que me puso los cuernos (que yo sepa) cuatro veces. Me pedía perdón después de cada infidelidad y yo le perdonaba. ¿Te cuento un secreto? Desarrollé de forma temporal una fobia extraña a los domingos. Llegaba ese día y me costaba salir de la cama, hacer vida normal y coger el teléfono sin que una sombra negra apareciera por mi visión periférica. Todo esto me pasaba porque era los domingos cuando me confesaba que me había engañado. Llegué a pensar, incluso, que yo tenía la culpa de que se follara a otras. "Si fuera una buena novia él sería también un buen novio". "Si me esforzara más por contentarle no tendría que buscar en otras lo que no ve en mí". "Si no fuera tan yo no tendría de qué avergonzarse Alex".
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Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024
RomanceUna chica que no supera a sus ex... Un antiguo reloj de bolsillo con una inscripción mágica en el reverso... Y una oportunidad para descubrir el verdadero significado de las palabras amor y presente. © Todos los derechos reservados. Prohibido el pl...