Capítulo 12: En bocas cerradas no entra el amor.

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—¿Dónde narices estoy? —Fue lo primero que dije al caer con las piernas cruzadas y las manos en las rodillas sobre un puff redondo color granate.

Estaba en una habitación redonda, de azulejos marrón tierra y suelo de parqué. Nunca había visto este lugar antes, así que lo que me vino a la cabeza fue que el reloj se había roto. ¿Y si he acabado en una paradoja espacio temporal? Sí, he visto la primera temporada de Loki, y ya sabes cómo me pongo cuando me invitan. Paseé por el extraño lugar, que no era para nada luminoso. Parecía la habitación gamer de Toni con la luz cálida anaranjada y leds pegados a las esquinas del techo. Estaba rodeada de puertas, de muchas puertas. Me paré a contarlas. Una, dos, tres...ocho puertas de metal idénticas, como las de los trasteros. Cero glamour.

—Estás en el centro neurálgico de tus recuerdos —dijo la voz del reloj desde el puff.

¡Anda ya! ¿El centro neurálgico de mis recuerdos es un lugar tan feo? No me jodas, que me considero una persona súper creativa. Inteligente no mucho pero con una imaginación que flipas. Dejé caer los hombros y fruncí el ceño.

—¿Y qué hago aquí? ¿No hay recuerdo al que ir? —pregunté acercándome a la primera puerta que vi.

—Estuviste unos años muy perdida, Daniela. ¿Lo recuerdas? —Quité la mano del pomo como si este quemase.

¿Si lo recuerdo? ¿Cómo no iba a hacerlo? Las inseguridades, Ana, el desmayo, la terapia, ayudar con la peluquería, Cristian, Javi (sí, el tío del pintalabios), dejé de escribir, apenas leía, la inauguración de la peluquería, la mudanza, habituarse y cargar con la vida adulta, mi padre (cuando te cuente te vas a caer muerta, moría y matá), Sergio y otros chicos. Muchos otros chicos. Chicos que siempre decía que iban a ser los últimos, que, si total, yo pasaba de los tíos como de la mierda. La mierda era, por lo menos, de Ferrero Rocher porque si no, no me explico cómo me la comí tantas veces.

—Ya. —¿Para qué iba a decir más?

Volví al puff, tomé el reloj y lo miré como quien fija la vista en un semáforo en rojo y espera a que cambie de color.

—Entonces, ¿abro las puertas de una en una, tú me dices dónde debo ir o cómo va la cosa?

La imagen de la tía Rosa rodó los ojos, exasperada.

—Estoy aquí para ayudarte, no para decirte qué debes o no hacer. —Suspiró y me sonrió con ternura—. Daniela, mira todas las puertas que te rodean. ¿A dónde quieres ir?

—A todas.

—No hay tiempo para ir a todas, el centro neurálgico es cambiante. —Parpadeé, confusa—. Elige dos puertas, después, cuando el cambio se efectúe, elige otras dos. Cada vez habrá menos donde elegir, no te preocupes.

No me preocupaban las opciones que tenía frente a mí, lo que me preocupaba es elegir como el culo y adentrarme a un recuerdo insulso que no me llevara a aprender nada de mi pasado. Aunque, claro, con la de buenas decisiones que he tomado a lo largo de mi vida... aprender iba a aprender. Fijo. Respiré hondo, cerré los ojos y, simplemente, anduve sin rumbo con una mano estirada y con la otra protegiendo el reloj contra mi pecho. Ya he dicho antes que el dentista está caro y no pensaba jugármela. Vaya a ser que una puerta se abriera sola y para qué queremos más.

Tardé menos de lo que creía en notar el tacto frío del metal en la palma de la mano. Sí, a la primera di con una puerta y no con la pared. Tengo súpersentidos. Abrí primero un ojo, examiné la superficie de la puerta, y después abrí el otro. Bajé la mano al pomo, lo giré y tiré con suavidad de él. La luz del interior del recuerdo era cegadora, menos que el fogonazo, cosa que mis ojos agradecieron. Di un paso hacia delante y lo que vi fue la peluquería de Lidia totalmente montada y lista a falta de los led de los espejos, estantería de tintes y lavacabezas. Lidia estaba haciendo formas que se asemejaban a manchas de pintura detrás de los espejos con los led y Toni y yo estábamos con la estantería. Él subido a una escalera de aluminio con menos estabilidad que mi vida amorosa y yo con el rollo led en una mano y con la otra sujetando la dichosa escalera. Estaba tan tensa que tenía los dedos blanquecinos de tanto apretar las patas para que no se movieran.

Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora