Intenté gritar pero no podía. Alargué las manos para aferrarme a cualquier lugar y no encontré nada. Cerré los ojos con fuerza pero me mareaba la sensación de caer. ¿Te has montado alguna vez en la caída libre de PortAventura World? Pues algo parecido sentí pero con todos los órganos pululando a sus anchas en mi interior y presionando hacia abajo por la gravedad. Aterricé sobre el colchón de mi cama tras unos largos y agoniosos segundos. El aire se me escapó de entre los labios como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago. Abrí los ojos de súbito. Clavé la vista en el techo de mi cuarto y me aseguré de estar realmente en mi habitación, en mi cama. Palpé la manta de Harry Potter con los dedos de los pies, y pellizqué las sábanas de la cama con las manos. Levanté la cabeza hacia mi estantería y libros. La foto del monstruo de dos cabezas y Toni me miraba desde su marco. Pude incorporarme a duras penas, tenía la cabeza que me iba a explotar y seguía un poco desubicada por la caída. Busqué el reloj de la tía Rosa, porque había desaparecido de mis manos. Revolví las sábanas, ni rastro. Levanté la almohada, nada. Miré debajo de la cama, tampoco. Entonces, la voz del recuerdo de mi tía abuela sonó justo detrás de mí.
—¿Estabas buscándome?
Giré el cuerpo a cámara lenta, como si, en una película de suspense, hubiera preguntado "¿hay alguien ahí?" y me hubieran respondido "sí" justo a ras de la oreja. Palidecí cuando vi las piernas delgadas y enfundadas en unas medias verdes y zapatos sin excesivo tacón rosa palo de la tía Rosa. Sentí frío en la cara, los labios, las manos y los pies cuando reconocí el vestido que llevaba puesto, era su favorito, el rosa palo con constelaciones en un negro brillante de cada uno de los signos del zodíaco.
—Mi putísima madre —solté asustada.
Casi me desnuco contra el somier. La imagen traslúcida de lo que fue la tía Rosa con sesenta y nueve años estaba mirándome, de pie, desde el centro de mi habitación. Sabía que no podía ser real, pero es que nada de lo que pasó esa noche podría serlo, ¿no? Comencé a llorar. Lloré por miedo y por tristeza. Miedo a lo que estaba sucediéndome, que escapaba del todo a mi control. Tristeza porque la echaba de menos, y eso que aún no había notado de verdad su ausencia. Ya sabes, cuando alguien se va los primeros días el mundo te arropa y te hace sentir que no estás sola. Sin embargo, cuando las aguas vuelven a su cauce, todo sigue girando, la gente continúa su vida, y es ahí cuando te golpea con fuerza la pérdida. Porque no es lo mismo pensar que ya podrás ir a su casa a hablar y tomar té con ella que plantarte en la puerta de su piso, llamar al timbre y ver que nadie te abre puerta.
—Te he impresionado, lo siento —dijo la tía Rosa dando un paso hacia atrás.
Negué con la cabeza a pesar de que ella tenía razón. Me levanté como pude, las piernas me temblaban y no tenía fuerza en los brazos. Caminé hasta ella arrastrando los pies. Levanté los brazos e intenté abrazarla. No pude.
—Soy un recuerdo, Daniela. La única forma de abrazar un recuerdo es abrazándote a ti misma. —Y así lo hice.
Me abracé con tanta fuerza y tanto amor que olí la colonia de peonías de la tía Rosa. No se estaba nada mal entre mis brazos. Llámame loca, pero fue el abrazo más cálido y seguro que me ha dado nadie nunca.
—Debo de verme ridícula —dije en voz alta bajando los brazos y dando por terminado mi momento de amor propio.
—Para nada, te veías y te ves preciosa. Como siempre.
Sonreí con la mirada fija en sus pies.
—Gracias —el recuerdo hizo amago de hablar pero yo me adelanté. Levanté la vista y me fijé en sus ojos selváticos—, por todo. Gracias por los piropos, gracias por el reloj, gracias por esta oportunidad. Gracias por la experiencia.
—Dani... —No la dejé terminar.
—He aprendido mucho de los viajes en el tiempo y de mis recuerdos, aunque no puedo asegurarte que pueda aplicar este aprendizaje de manera directa y concisa en mi vida. Me dan miedo los cambios, me da miedo poner límites, conocer y darme a conocer sin filtros, ser sincera y que las cosas no salgan como quiero. Pero te aseguro que voy a trabajar en ello cada día. Te prometo que voy a ser feliz. Que voy a poner en orden mis prioridades. —Analicé su vestido rosa palo y sonreí al divisar la constelación de Leo—. Voy a ser valiente, de hecho, lo primero que voy a hacer en cuanto amanezca va a ser...
—Daniela, esto aún no ha terminado —atajó dejándome con la palabra en la boca. Fruncí el ceño. ¿Cómo que no había acabado? Me había currado una despedida de película para nada. Soy la absurdez hecha persona—. Queda un último viaje.
—¿Uno más? —pregunté haciéndome la tonta, aunque en el fondo sabía de lo que se trataba.
El reloj, o más bien la tía Rosa en bruma, me miró a través de sus pestañas. Este último viaje no iba a ser agradable, y no lo digo porque vaya a ver cómo Toni y yo nos vamos acercando, cómo la tensión que notaba antes entre los dos (y decidía ignorar) se hace más y más fuerte hasta el punto de hacerme querer besarlo. No, que va. Es que este último viaje tendría como protagonista a Alex, el chico con el que estuve seis meses. La guinda del pastel de mis malas decisiones. El que me prometió quererme tres mil y protegerme como IronMan. El príncipe azul que destiñó. El que se creía mi salvador y en realidad me despeñó cogida por los pocos pelos que tengo de la torre. ¿Lo peor de todo esto? Que mal herida, él resultó ser la víctima. Él era el enfadado, el ofendido, cuando la que tenía el corazón roto era yo. Sentí que fui culpable de lo que pasó entre nosotros: de cada infidelidad y gesto de desprecio; de no haber conseguido que me quisiera realmente cuando él tenía la clara intención de hacerlo. Ya me lo dijeron Lidia y Toni, incluso este último tuvo una discusión con él la primera y última vez que salimos juntos de fiesta. Mi amigo quiso demostrarme que tanto Lidia como él estaban en lo cierto y lo que hicieron fue preguntarle por sus ex:
—Yo no me llevo nada mal con mis ex —mintió Lidia como una bellaca para dar pie al tema. Claro que la gachona no se llevaba mal con sus ex, no tenía ex.
—Qué suerte, mi ex estaba loca —respondió Alex tras limpiarse la boca con la manga de la camisa después de darle un sorbo largo a su copa.
—¿Loca? —preguntó Toni con un tonito raruno—. ¿Le pusiste los cuernos?
Alex lo fulminó con la mirada, y yo tragué con fuerza la saliva que no tenía en la boca porque se me secó de inmediato.
—Eso no viene al caso.
—Yo creo que sí. —Encogió un hombro y me miró de soslayo mi amigo.
—Todos cometemos errores. La cosa es admitirlos, ser perdonados y todo se arreglará con el tiempo y amor.
Lidia puso cara de asco y apretó con fuerza su vaso.
—Entonces, sí, la engañaste.
—Soy humano, cometo errores.
—¿Cuántas veces te dijiste eso después de serle infiel?
No hace falta que te diga lo que pasó después, ¿verdad? De todas formas lo haré. Alex se abalanzó sobre Toni y Lidia y yo corrimos a separarlo. He dicho separarlo porque Toni no respondió a ninguno de sus golpes, se limitó a bloquearlos y alejarse de él. ¿En qué estaba yo pensando al seguir, después de eso, con una persona así? No les di su lugar a mis amigos, pero es que tampoco me lo di a mí misma. Alex era mi todo. Incluso dejé de visitar a la tía Rosa una temporada. Estaba ciega. Ciega de amor, de dependencia emocional y de la idea de que, por fin, un chico duraba más de un mes en mi vida.
En una bolsita de azúcar leí una vez que si las personas habláramos exclusivamente de lo que sabemos se produciría un silencio que nos permitiría pensar. Y eso es lo yo no tenía con Alex, silencio. Porque con él mi cabeza hacía mucho ruido. ¿Sabes de lo que te hablo? ¿No? No te preocupes, ahora lo entenderás.
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Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024
RomanceUna chica que no supera a sus ex... Un antiguo reloj de bolsillo con una inscripción mágica en el reverso... Y una oportunidad para descubrir el verdadero significado de las palabras amor y presente. © Todos los derechos reservados. Prohibido el pl...