Capítulo 5: Un recuerdo en un reloj.

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Caí sobre el colchón de mi cama, bajo las sábanas y con el móvil hincándoseme en un cachete. Tenía los ojos tan abiertos que se me secaron y, cuando volví a pestañear, era como si me pasara un pelapatatas por la córnea. Qué brutica soy. Tenía las manos tensas y los dedos blanquecinos. Miré a mi alrededor buscando una explicación lógica a lo que había pasado. ¿Me había dormido?

—Busca el fallo, Daniela —repitió la voz de la tía Rosa con un tonito de mosqueo que me enfadó.

¿Seguía dormida? Bajé la vista a mis manos. En la derecha tenía el reloj agarrado como si me fuera la vida en ello. Lo solté como si quemara, le pegué un puntapié que le dolió más a mi dedo meñique que al condenado reloj. Me deshice de las sábanas, dolorida. Agité las manos en una coreografía flamenca carente de ritmo, parecía que me estaba dando un chungo de los malos; cogí la manzana, la comí, me atraganté, la escupí y la tiré. Para que luego digan que los andaluces tenemos arte. Granaína de pura cepa, sí, pero el arte lo perdí entre maternidad y los pubs de Pedro Antonio, y ponte tú a buscarlo.

—Relájate o te vas a marear de la ansiedad —me aconsejó la voz.

Pegué un salto con tal mala suerte que caí de culo por la orilla de la cama. Aterricé de espaldas al suelo, espatarrada y patas arriba. Me golpeé la cabeza con mis botas militares negras.

—¿Qué me está pasando? —Me llevé las manos a la cabeza.

Conseguí levantarme sin perder mucho la dignidad. Quedé sentada en el suelo y encendí la lamparita de la mesilla de noche. Estaba sola en mi habitación, y en el piso. Por si acaso, como buena superviviente que sería de un slasher, salí del cuarto con el bate que tengo escondido bajo la cama y revisé que no hubiera nadie. Cerré la puerta de mi cuarto y me apoyé en ella pensando en lo que estaba sucediendo. Estaba estresada, sería eso, después de todo lo que ha pasado era la explicación más lógica. Experimentar un regreso al pasado no estaba entre mis teorías plausibles. Eso me hizo pensar en el presente, en que hace un tiempo, una de esas noches en las que Lidia y yo no tenemos ganas de salir y stalkeamos a todo Dios, bicheamos las redes sociales de Ángel. La vida le va bien, y yo me alegré por él. No soy mala persona. Tiene una novia preciosa y muy rubia que se llama Blanca y es bailarina profesional de ballet. Viven juntos en Madrid, al parecer se mudó a la capital tras el revuelo del Covid19 en busca de una oportunidad en el mundo del tatuaje y los piercings, y ya te digo que si la encontró. Año y medio después consiguió montar su propio estudio y escuela con unos amigos de allí, Buena Merda se llama. No mentiré, sentí una punzada de envidia mal sana al ver que él estaba triunfando en lo que tanto amaba y que, pese a ser un cabrón, había encontrado a alguien que lo quería y a quién querer sin avergonzarse. ¿Qué había conseguido yo? Trabajar en algo que no me apasiona en absoluto, la peluquería es el sueño de Lidia no el mío, y un bonito librero lleno de libros. Vale, lo segundo es presumible, pero lo primero es una carga que arrastro todos los días en silencio. Bueno, en silencio, silencio, no. Alguna que otra vez, con unas copillas de más, me he atrevido a decirles a Lidia y Toni lo infeliz que me hacía mi trabajo y vida.

—Por lo menos tienes trabajo, techo y comida —dijo Lidia encogiéndose de hombros. Sin maldad.

—¿Qué te haría feliz? —preguntó Toni apoyado en la cabeza Lidia, con los antebrazos.

—Ser millonaria —respondí zanjando el tema.

No me gustaba hablar de ello, pero si hubiera sido sincera y valiente hubiera dicho que escribir. Darle cuerpo y vida a historias que rondan mi cabeza era el motor de mi vida. Anda que no he escrito veces como en un mundo paralelo respondía y ponía en su lugar a más de una clienta mal educada. Incluso un personaje muy parecido a mí encontraba el amor. Pero era demasiado cobarde para decirlo en voz alta. Me sentía demasiado mayor para tener un sueño que alcanzar, ya que, a los treinta, estás obligado a tener los pies en el suelo.

Un viaje al centro de mis latidos © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora