47: Calor

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—42, Chiara, perfecto. Tienes 42 de fiebre ¿Pero se puede saber por qué demonios no llevaste tú paraguas esta mañana?... ¡Chiara, estoy hablándote!— reclamó Alberto mientras agitaba el termómetro y observaba a su hija debajo de una pila de mantas con su nariz y rostro de un color rojo y sus ojos intentando no cerrarse.

—Lo olvidé— susurró Chiara con la voz desgarrada y tapándose cada vez más arriba para cubrir su cabeza pero Alberto le quitó las mantas y la volvió bajo su cuello.

—Un lunes, Chiara. Apenas es inicio de semana y por un capricho deberás ausentarte a clases seguramente el resto de los días.—

—Mañana voy a estar bien. Además el viernes
Cris cumple los años y hará una fiesta por lo que...—

—Por lo que nada. Estás volando en fiebre y yo no sé cómo demonios no te dio pulmonía... ¿Por qué te acostaste con la ropa mojada?—

—Tenía sueño— murmuró Chiara efectivamente
casi durmiéndose.

—No tienes 10, Chiara. Sabes lo que tienes que hacer y haberte dejado toda esa ropa durante el día iba a llevarte donde estás ahora... ¿Me estás escuchando?—

—Aja... ¿Dónde está papá?—

—Salió hace unos minutos de la clínica y pasará por la farmacia... Voy por un vaso de agua y te prepararé una sopa... Oh, que bien que llegaste— murmuró Alberto al ver a su esposo ingresar a la habitación con una bolsa y pasar directo a
Chiara.

—Hola, cariño— la saludó Pedro agachándose al lado de la cama y tomándole la frente —¿Ha estado todo el día así?— preguntó volteando a ver a Alberto.

—Desde que llegó del Instituto.—

—Son las ocho, Alberto. Deberías haberme llamado antes, entonces— le reclamó Pedro poniéndose de pie y sacando los medicamentos de la bolsa.

—Ah, no. A mí no me culparás, eh... No la escuché llegar y cuando vine a recoger ropa sucia la vi tendida durmiendo toda mojada. Es grande y sabe lo que hace.—

—Como sea. Trae una jarra con agua, un vaso y una cuchara— le ordenó Pedro abriendo un jarabe y quitando luego una pastilla de una caja —Chiara— la llamó moviéndole apenas el hombro —Despierta, hija, tienes que tomar esto.—

—¿Y Violeta?— preguntó la morena totalmente dormida y acostándose más contra la cama.

—¿Cómo?— preguntó Pedro acercándose otra vez a ella y sacudiéndola un poco más —Chiara... Chiara ¿qué dijiste?—

—Ya le pedí perdón y no quiere escucharme
¿puedes llamarla?—

—Chiara— alzó la voz el hombre con seriedad y la tomó por debajo de sus brazos para recostarla contra el respaldar de la cama —Chiara, estoy hablándote, despierta.—

—¿Qué sucede?— preguntó la morena refregándose los ojos y tosiendo al instante.

Quiso volver a acostarse pero Pedro se lo impidió y tiró las mantas hacia atrás.

—Mantente despierta ¿está claro? Voy a darte unos medicamentos... ¡Para ahora, Alberto!— le gritó a su esposo al ver que la morena volvía a dormirse y cada vez estaba más colorada.

—Aquí estoy, aquí estoy— llegó Alberto con las cosas en mano y acomodó rápidamente todo en la mesa de luz.

Pedro fue el encargado de tomar nuevamente la temperatura y verificar la hora.

Así como llevar la cuchara a la boca de su hija llena de jarabe y obligarla a tomar luego una pastilla.

Él mismo también volvió a acomodarla y taparla para que el frío no la molestara y mantuviera bajo las mantas el calor que necesitaba.

Lenguaje del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora