29: Magia

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—Entonces... ¿quieres entrar?— Chiara echó un vistazo general a su alrededor.

Las horas de viaje fueron agotadoras pero con la compañía de Violeta apenas las sintió.
Charlaron sobre la vida de la pelirroja en la gran manzana, sus amigos y la relación con todo lo que la rodeaba. Chiara la escuchaba y le sonreía, Violeta ponía tanto entusiasmo a la hora de hablar que a ella le provocaba ternura. La pelirroja movía sus manos con énfasis, se colocaba un rebelde mechón de pelo tras su oreja y fruncía el ceño izquierdo cuando contaba algo desagradable.

Parecía maestría y complejidad el simple acto de admirarla hablar; aunque solo fuese del mismo, y desconocido para ella, "Bodi", un pequeño Beagle que le regaló su padre a los tres años de edad pero que lamentablemente ya no lo tenía. A Chiara le dieron ganas de estirar su mano y acariciarle la mejilla cuando Violeta le dijo que desde ese momento no volvió a tener una mascota. Ella le contó que jamás tuvo una, en realidad no sabía si por disgusto propio o simple desinterés de sus padres. Tal vez una combinación de ambas.

Violeta también le aseguró que Barcelona es el lugar favorito en el que se asentó después de haber pasado por varias ciudades. Porque amaba caminar por los parques a la mañana, ver a los niños jugar, a las madres primerizas acunar sus bebés y a las parejas de ancianos regalarse cariño como si el tiempo nunca hubiese pasado en ellos. Amaba cualquier cuestión relacionada a la libertad de expresión pero sobre todo a las demostraciones de amor. Parecía que amaba al amor más de lo que el mismo representase una romántica del romanticismo.

En cambio, ella le habló de Martín, su amistad con él y la relación con el resto de sus amigos. Sonrió internamente cuando Violeta desvió la mirada fuera de la ventanilla al decirle que Cris siempre intentaba algo con ella. La pelirroja le preguntó si habían mantenido algún tipo de relación sentimental y le agradó sobremanera verla sonreír cuando le dijo que no. Que jamás había tenido algo serio con alguien y cuando iba a explicarle por qué, la mini Cooper bajaba su velocidad y lentamente aparcaba frente a un pequeño edificio.

Bajaron juntas y, mientras Violeta rodeaba el coche para encontrarse con ella, Chiara se recargó contra su puerta: quería correr. Todo a su alrededor no solo era nuevo, sino que ahora realmente entendía de aquel miedo que Lucas tiene al ver películas de terror o el de Paul a intentar si quiera levantarse de la silla aún siendo sostenido por alguien más. Fue cuando Violeta le obstaculizó la vista que algo dentro de ella se removió. Y fue cuando Violeta estiró su brazo y le tendió la mano que aquel miedo amateur se alejó. Sonrió de lado y entrelazaron las manos.

Por supuesto que queria entrar.

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Magia.

Parecía como si dentro de la casa una extraña poción mágica la hubiese rodeado porque no dejaba de temblar de pies a cabeza. Violeta abrió la puerta y no se movió para darle su lugar, por lo que al pasar por su lado le acarició cariñosamente la cintura y entró primera. La pelirroja se pegó a su espalda y apenas estirando el brazo hacia atrás cerró.
Dejando que lo de fuera se quedara allí. Sin molestarlas

Chiara se aferró a su bolso y se alejó de Violeta para comenzar a recorrer el lugar. No lo recordaba tan familiar ni con esa sensación de pertenencia que exhalaba cada milímetro de pared que tocaba. Llegó hasta el inicio de las escaleras y acarició la barandilla solo por inercia porque un cuadro llamó su atención.
Observó rápidamente a Violeta y esta le esquivo la mirada.

—Plasmaste mi poema... y lo colgaste— murmuró intentando fantasmalmente tocar el recuadro de madera. Aquellas palabras de una relación que estaba por consumirse carnalmente y leyó una vez frente a todo el salón allí estaban, frente a sus ojos y en el salón de la mujer que besaba las últimas semanas. Se sorprendió. Pero no le disgustó para nada.

Lenguaje del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora