59| Aroma

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Algo tiraba de su cuerpo.

Juliana apenas logró luchar para liberarse cuando una roca partió su hombro y lo desplazó hacia abajo. Su grito se ahogó entre sus lamentos y cansancio.

El dolor acalambró parte de su cuerpo y diluyó su mente en un sueño profundo, luchaba por liberarse del agarre y del sueño

Gruñía como si eso pudiera hacer que la criatura la soltara y pataleaba con la esperanza de poder zafarse.

Un disparo se escuchó a la lejanía o muy cerca, no logró ubicarlo.

La criatura se detuvo y cayó al suelo, sólo así Juliana se acostó de lado, intentó ponerse de pie y correr de vuelta hacia sus amigos cuando el mareo la forzó a quedarse en el suelo, tosiendo y con la mirada borrosa.

—Ju-Juliana… —alguien llegó hasta ella, Juliana alzó la mirada, pero no logró enfocar el rostro de la persona que la sostenía de tal manera que su cuerpo parecía muy pequeño—. Todo está bien, estás a salvo, no te mordieron.

Una sensación de déja vú la invadió.

Pero la habían herido.

Las garras del Nivus todavía continuaban incrustadas en su carne.

—Ugh… No quiero —Juliana comenzó a llorar—. No quiero infectarme, yo… yo no quiero…

Edgar no le dijo nada, lo mejor que pudo hacer fue cargarla de regreso y preparar todo para la infección. Juliana estaba tan desorientada que sólo lloraba y no le prestaba atención a sus heridas.

Pero no mostraba signos de infección, quizás el Nivus no había tocado su piel con algún fluido y las garras no representaban peligro, más que el de lastimarlos.

Tendrían que matarla si mostraba signos de infección, pero Edgar se quedaría con ella hasta que la mutación se diera. Llegó a la ciudad, donde recibió muchas miradas y entró hacia su casa y recostó a Juliana sobre la cama, hincándose a su lado.

—Perdón —sollozó Edgar—. Estábamos tan acostumbrados a que ellos no atacaran de día… Perdón, perdón, debí quedarme cerca de ti, yo… Necesito curar tus heridas.

Edgar corrió hacia el maletín que guardaba en caso de emergencia, contenía medicamentos y cinco regeneradores celulares que no dudó en usar. Tuvo que usar dos para su espalda y adrenalina para poder corregir el hombro roto de Juliana, pues el regenerador sólo ayudaba a frenar la hemorragia, no surtía efecto en los huesos rotos, sin embargo, una vez uniéndolos podría usarlo para acelerar su cicatrización.

—Lo siento, dolerá.

Juliana con suerte y entendió qué sucedía, ella seguía llorando, pedía que la dejaran en paz, que no le hicieran daño. Lloraba porque quería volver a Cedra, al lugar donde más segura se sintió alguna vez. Edgar arrugó la frente, ¿ella no se sentía segura aquí? Bueno, era normal, verla en este estado le daba la razón; no estaba segura. Pero era molesto, y doloroso, darse cuenta de que no importaba qué hicieran para los humanos, ellos no se sentían seguros. Logró acomodar el hueso roto como lo indicaban los libros de medicina y sus prácticas con sus compañeros y, tras hacer una mezcla con yeso, lo vertió sobre unos harapos que colocó sobre la piel Juliana y finalizó con dos tablillas que cubrió con más yeso y un pedazo de tela. Iba a doler los próximos días, pero si no se movía sanaría bien.

Juliana durmió el resto del día.

—Oye, ¿ella está bien? —León apareció en su ventana, traía comida—. Seguimos esperando al Líder, ah, les traje comida.

—¿Cómo están las cosas allá afuera?

—Hum… No muy bien; los humanos están en crisis por Juliana, nuestros compañeros se dispersaron huyendo de los Nivus y sólo quedamos los mismos de anoche. Mila dice que mover a los humanos es un suicidio.

La Caída de CedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora