9. Tell me you love me

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Chiara

Camino por el campus de la Universidad Complutense de Madrid con calma. Realmente hace un día espléndido, aunque yo no sea capaz de disfrutarlo del todo. Echo un ojo a mí teléfono, donde introduje las coordenadas que me han traído hasta aquí.

Según el navegador estoy a menos de dos minutos a pie de mi destino y no me cuesta darme cuenta de a dónde me llevan las coordenadas. Estoy yendo al lugar donde tocaba para intentar ayudar económicamente a mi madre.

Miro a mi alrededor. Como hoy es sábado, el sitio está infinitamente menos transitado. La brisa me revuelve el pelo y yo me permito unos momentos para recordar mi época universitaria con una sonrisa.

Busco el lugar donde puede haber dejado Violeta la carta. Esta vez tardo más en encontrarla, pero al fin doy con ella. En un hueco que queda en el tronco del gran árbol bajo el que me cobijaba del sol los días de calor, asoma la esquina del papel.

Lo cojo con delicadeza, como si fuese a desaparecer en cualquier momento. Una vez más, empiezo a leer.

"¡Hola Kiki!,

Espero que esta carta siga donde tiene que estar y la hayas podido encontrar. Al fin y al cabo por aquí pasa un montón de gente todos los días.

Pero supongo que si estás leyendo esto es porque la has encontrado. ¿Te acuerdas de este sitio, no?

Ay, Vio. How could I forget?



El sol de Madrid es abrasador a estas alturas del año, y agradezco en el alma estar bajo la sombra de un árbol para evitar que me dé una insolación. Ajusto la correa de la guitarra en mis hombros y continúo tocando mientras los estudiantes pasan a mi alrededor. Algunos se paran y se quedan un rato escuchando, pero todos terminan dándose media vuelta.

Resoplo con decepción cuando, de nuevo, una chica que había parado a mirar se marcha. Quizá esto no había sido buena idea. ¿A quién se le ocurre? ¿A quién le iba a interesar escucharme a mi cantar?

Saco mi teléfono un momento y miro la hora. Dentro de poco me tendré que marchar para no llegar tarde a mi turno en la cafetería.

Me muerdo el labio con preocupación. Aunque mi madre no haya dicho nada, sé que le está costando mucho pagar el alquiler. Desde que la despidieron del trabajo que nos hizo venir a Madrid, tan solo ha encontrado algunas cosas a tiempo parcial que no nos dan casi para cubrir los gastos, y la matrícula de medicina es de las más caras que hay.

Los minutos pasan y por fin veo como un chaval se acerca, aparentemente interesado, y yo le sonrío ampliamente. Me fijo en que lleva una lata de cerveza en la mano, y una brisa hace patente el fuerte olor a marihuana que desprende.

Mi sonrisa se desdibuja un poco cuando veo que él no me la devuelve. De hecho, se queda unos segundos mirando alternativamente entre el cartel y mis dedos acariciando las cuerdas de la guitarra.

- Pues menuda puta mierda, ¿no? ¿Y quieres que alguien te de dinero por esto?

Me quedo tan bloqueada que soy incapaz de reaccionar. Miro al chico con la boca abierta

- Eh, ¿no eres tú la la asociación esa de niños de cristal? La del TDAH - Pronuncia las palabras con burla. Aún no soy capaz de reaccionar, pero poco a poco mi mi cerebro empieza a funcionar de nuevo. Abrazo la guitarra contra mi cuerpo.

- ¿Qué has dicho? - El chaval sonríe con autosuficiencia. Se acerca ella, desafiante. Por su expresión, parece que una idea le viene a la mente.

Veo demasiado tarde como vuelca la lata de cerveza que llevaba en la mano sobre la funda de mi guitarra. Mis ojos se anegan de lágrimas de impotencia al notar mis pies clavados en el suelo, siendo incapaz de reaccionar a tiempo.

The Scientist | KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora