Capítulo 15.

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Dos días son considerables horas que, por circunstancias ajenas al entendimiento de mentes escépticas, adoptaron un alargamiento abstracto, convirtiéndose así en cuatro, más tarde en ocho, y, sin que Louis se permitiera cuestionarse, ya era una rutina escapar todos los fines de semana a Minworth. Las excusas eran progresivamente más estúpidas; sólo dejaba atrás el rastro de su apremio al abandonar el taller en cuanto su horario sabatino terminaba, enviaba un mensaje a sus hermanos para visar que—otra vez—no dormiría en casa, y se encaminaba a aquel templo de lo vedado. 

Esa fue el nuevo significado que Harry y Louis le dieron, en el transcurso de casi tres meses, a la mansión de Minworth, donde nadie veía, escuchaba o juzgaba, ni siquiera ellos mismos. Dejó de ser extraño compartir cama, revoltura de sábanas, gemidos en la boca del otro, besos que sólo buscaban la forma de reiniciarse cuando se separaban, roces y toques..., la veraz novedad fue que empezara a resultar natural simplemente sentarse junto al príncipe y verlo tocar el piano sin decir una sola palabra, escucharlo cantar, ensayar sus líneas, e incluso se sorprendía a sí mismo tarareando con él. Harry sonreía, Louis inmediatamente guardaba silencio y fingía entretenerse con cualquier otra cosa. 

No acordaban que ocurriría, no de una manera convencional, al menos; uno escribía la nota en clase y la dejaba en el pupitre ajeno, escribiendo algo tan llano como "¿M?", sólo para que el otro contestara "Sí", jamás era un "no". Siguiendo esa lógica, fue vastamente normal que Louis se desconcertara al ser despertado en la madrugada del sábado por el tono de llamada que estableció para el número de Harry. No por una razón en especial, sólo era más práctico.

Entre la espesura de la oscuridad, Louis mugió, tomando a tientas su celular del buró, para dejarse caer de espaldas en el colchón y, con los ojos entrecerrados, presionar el botón.

—Hola, estoy en crisis—anunció en cuanto atendió.

—Harry, son las dos de la mañana—recalcó en voz baja y ronca por el letargo.

—¿Puedo ir a tu casa?

—¿Ahora?—parpadeó, descolocado. Algo en su habla sonaba diferente—. ¿Estás llorando?

Pfft, no—satirizó tan pronto como Louis planteó la pregunta—. Pero tengo una...situación.

—¿Qué hiciste?

—¡¿Y por qué tuve que haber hecho algo?! ¡Que quede claro que no tengo la menor idea de lo que sucede aquí!

—No te estoy entendiendo un carajo—Louis exhaló.

—Mi auto tiene una luz rara.

—¿Ibas a usarlo en plena madrugada?

—Oh, cierto, olvidé que los vehículos abren después de desayunar—ironizó Harry.

—Ya, ya, no es mi incumbencia, entendí—carraspeó, frotándose el ojo con su mano disponible—. ¿Qué luz está encendida? 

—La del garage...—respondió tentativamente.

—Del auto, Harry. Del auto.

—¡Ahh, pues di eso, ¿cómo voy a saber a cuál te refieres?!

—¿De qué diablos me serviría saber que el foco de tu garage está encendido? Estamos hablando del puto auto.

—Oye, respeta al niño, ¿no eras fiel defensor de sus sentimientos?

—Voy a colgar.

—Si cuelgas, te morderé el pene la próxima vez que lo chupe.

—Dulces sueños, príncipe—canturreó Louis, esbozando una pequeña sonrisa.

—¡No, no, no, espera!—chilló—. Déjame dormir en tu casa, por favor, por favor, por favor.

Angels Like Him | L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora