Capítulo 18.

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La desesperación hace ver la inactividad como un terremoto, refunde a sus víctimas en un pozo sin escapatoria. Existen quienes lo sobrellevan durmiendo el día entero, otros se privan del sueño en lo absoluto, y para algunos es un proceso tan lineal como un camino en zig zag. Louis era de los que no toleraba quedarse a solas y en silencio con su propia mente, por consecuencia, seguía cualquier desviación que generara ruido, cualquier maldita cosa. Aunado a los entrenamientos, introdujo las sesiones diarias de gimnasio, y la única forma de que accediera mentalmente a no asistir, era olvidar sus audífonos en casa—eso no fue recurrente durante todo el semestre. 

Los fines de semana radicaban alrededor de otra historia. Por decirlo en otras palabras, eran una puta pesadilla que menguaba burdamente, corriendo durante los amaneceres, entrenando por su cuenta en la noche, o, como costumbre que adoptó en contra de su previa filosofía, dejándose incluir en los constructivos planes de sus compañeros de equipo, que claramente no consistían en embriagarse dentro de Velvet Room. Nótese el descarado sarcasmo.

Sus calificaciones estaban por encima del estándar que él mismo impuso. Si alguien dominaba el concepto de ser productivo al llorar, era él. O al menos fue un servicio requerido hasta principios, cuando se acabó las reservas de llanto y ahora le era imposible llorar. Sería bueno decir que era por ausencia de dolor, no obstante, esa fase era la más bizarra, en el significado más jodido posible. El dolor no se marchó, se adaptó a la rutina de Louis y decidió que le resultaba malditamente cómoda.

Las lágrimas habían descubierto ser insuficientes para externar lo que estaba irremediablemente ensartado en un alma derruida. 

El capitán de Windsor empezó a ser un titular en la revista escolar y un tópico ocasional en periódicos locales, así como en algunos artículos digitales que no se difundían fuera de Reino Unido, sin embargo, era más del reconocimiento que Louis alguna vez esperó tener. Dichas noticias lo señalaban como el amuleto de buena suerte para que, desde su ingreso a Windsor, el equipo no hubiera perdido un solo partido, ni siquiera en juegos esporádicos, fuera de la temporada. La satisfacción estaba ahí, no mentiría con cristalina modestia, pero tampoco profesaría un titánico orgullo que, honestamente, no sentía. Seguía sin ser suficiente.

Reflexionaba al respecto mientras observaba las reuniones de los Styles y Jack pretendía pintarle un pedestal, con palabras que lo enaltecían por haberse ganado su confianza al punto de ser incluido en eventos de alta gama..., como el reluciente asistente que les toma las fotografías y toma notas de los aspectos importantes que el gran señor debía tener en cuenta. Descifró el truco de esa familia para mantenerse en el centro: hacían sentir especiales a quienes en realidad veían como personajes secundarios o inferiores. La clave estaba en recordarles, con cruel amabilidad y sutileza, que en realidad no eran tan importantes, les recordaban que dependían enteramente de ellos y fingían hacer todo lo posible por el bien ajeno. Daban, quitaban, y aún si algunos notaban su estrategia de manipulación, ya comían de sus manos, sucumbían al ineludible hechizo. Incluso los que los detestaban, se delataban hambrientos de la aprobación de los Styles.

Louis no quiso llegar a esa conclusión, pero lo hizo: todo indicaba que Harry había usado esa táctica con él. Y sí, funcionó. Ganó. No existía más ese absurdo marcador, nunca existió, porque el príncipe siempre supo que la corona de vencedor le pertenecía.

Diciembre arribó, y, con él, el bonche de mensajes de cumpleaños que agradeció profundamente, para luego soplar las velas de un pastel y sentirse una mierda por desperdiciar sus deseos en que algo imposible ocurriera. Revisó su teléfono minutos antes de la medianoche, rectificó en internet el horario de Suiza, y corroboró cuán imbécil fue por siquiera pensarlo. Bien dicen que la auténtica locura se define en seguir el mismo proceso una y otra vez, esperando un resultado distinto. Ya no tenía cómo defender que el desalmado autor de la frase estaba equivocado; Louis encarnaba la idónea ejemplificación.

Angels Like Him | L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora