35. Desfile Efímero

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    Franklin tuvo que esperar una eternidad para que llegara quien iba a ser su escolta. Gregorio no les permitió marchar sin la vigilancia de dicha persona.

    Una vez llegó, salieron de allí sin más retrasos, cargados de suministros y de obligaciones.

    El primer paso para recuperar su libertad era viajar a donde Gregorio tenía asuntos pendientes, Gran Blasón.

    La coincidencia fue sorpresiva pero no era algo que fuera a cambiar su suerte. En todo caso, Sofía y sus hermanos evitaban viajar aún más al sur.

    Lo que podía ser de gran beneficio para Franklin era acortar distancias con su escolta. Según la introducción por parte de Gregorio, su nombre era Arturo. Era un hombre muy alto y muy delgado. Probablemente no era tan alto, alrededor de metro ochenta, pero su falta de anchura magnificaba su estatura. Poseía un rostro poco agraciado y un descuidado vello facial que empeoraba aún más su aspecto.

    Sus movimientos eran firmes, sin ninguna duda. Deshacerse de él no resultaría fácil.

    Franklin se dio cuenta que miró por bastante tiempo a Arturo. No quería que sus intenciones asomaran, así que dejó de hacerlo y empezó a conversar con él.

    —¿Eso que llevas en la cintura, es un arma de fuego?

    —Sí, tal cuál lo ves.

    —¿Modificada después de la invasión?

—No, está registrada.

    Las respuestas de Arturo eran rápidas y concisas. Tampoco podía Reydhelt encontrar un resquicio con las palabras.

    Años antes de la invasión, en aras de crear un planeta más pacífico, el mundo acordó restringir el uso de las armas de fuego. Bajo este acuerdo se estableció que toda arma debía pertenecer a una persona en particular y solo esta podía darle uso. Además, toda utilización quedaría registrada en algún tipo de memoria permanente. En la zona del mundo que compartían Reydhelt y Arturo, eso significaba que Arturo debió haber pertenecido a las fuerzas del orden de su país.

    «No parece esa clase de persona...»

    —¿Estuviste en algún frente?

    —Sí.

    —¿Norte o sur?

    —Sur.

    —¿Fue tan horrible como todos dicen?

    —Esa opinión prefiero guardarla.

    Las palabras se agotaron nuevamente y se escuchaban tan sólo las pisadas de los miembros del peculiar grupo.

    —¿Por qué trabajas en labores de reconstrucción junto a los militares? ¿Por qué prefieres ser un mercenario y trabajar con escoria como el bandido ese?

    Sofía intervino.

    —Todos tenemos defectos. Llamar escoria a alguien sin conocerlo por completo es muy presuntuoso.

    La certeza con la que hablaba Arturo hacía difícil responder inmediatamente.

    —Permite que te conozca entonces. ¿Qué hacías antes de llegar a esta zona? —Sofía no tardó tanto en contraatacar.

    —...

    —¿No tienes de qué avergonzarte, o sí?

    —No lo sé. Lo cierto es que huí de donde quería estar.

    —¿En el fondo te arrepientes, no? Creo que te entiendo un poco. —Sofía sonreía amargamente.

    —Es muy pronto para decir eso. Por el momento me conformo con la incertidumbre.

Quiero Morir (Si puedes, sálvame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora