30. Aglomeración Inicial

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    —Con eso concluyen los temas que quería tratar. ¿Alguna novedad de tu parte?

    —Te odio.

    Nadie anticipó esas palabras de Alejandro. Se suponía que en esa sala se encontraban las personas más capaces del reino, pero todo lo que hicieron fue esperar en silencio la reacción de su recién posesionada Majestad.

    —¿Crees que tengo tiempo para tus desagradables bromas?

    —Te odio como jamás pensé que podría hacerlo.

    La tensión en el ambiente aumentó de repente. Los presentes en el salón sabían que estaban fuera de lugar. Algunos, siguiendo sus instintos, acercaron sus manos a las armas que portaban. Otros, salieron haciendo el menor ruido posible.

    —No te entiendo. Siempre te has jactado de lo mucho que me amas. ¿Acaso has perdido lo poco que te quedaba de cuerdo?

    —Simplemente no pienso ser más un juguete tuyo.

    Las palabras de Alejandro eran preparadas. De otra forma no habría podido responder siquiera.

    —¿Dices que no te gusta cómo te trato? ¡Estupideces!

    Su Majestad se levantó de su trono, consiguiendo ubicar su rostro a la altura del de Alejandro.

    —Dijiste que podía contar contigo. No te cansaste de repetir que harías cualquier cosa por mí sin pedir nada a cambio. Y hasta ahora habías cumplido a cabalidad; no tenías nada sobre qué quejarte.

    La frustración se apoderaba de Alejandro; sus ojos empezaban a lagrimear. Cerró un momento sus párpados y al abrirlos pudo mirar directamente a la persona más importante en su vida.

    —Supuse que sería fácil para ti decir eso.

    —Por supuesto, porque la verdad no debe costar de decir.

    —Porque eres una insolente y mal agradecida.

    —Oye, te estás excediendo.

    —Déjalo, Franz.

    Uno de los comandantes del ejército quiso interponerse, pero Su Majestad no se lo permitió.

    —Dime, Alejandro. ¿Qué es lo que esperas que te agradezca? ¿Tus desagradables métodos? Jamás voy a agradecer a alguien capaz de mentir, robar, desaparecer, matar y lo que hiciera falta cuantas veces fueran necesarias. ¿Y todo para qué, para conseguirme esta nación? ¿Pensaste siquiera para quien buscabas tanto poder?

    Alejandro quiso interrumpirla, pero no tuvo oportunidad. Siempre era así con ella. Una vez empezaba no había nadie que osara callarla. Por ello Alejandro aguantó cada puñal en forma de palabra que la joven reina lanzó hacia él.

    —No te soporto.

    —Si eso es lo que tienes que decir, vete y no vuelvas. Será lo mejor para todos.

    Todo había terminado. A partir de entonces ya no la volvería a ver. Su último recuerdo de ella giraría alrededor de sus hirientes palabras, echándolo de su vida.

    «¿Vas a permitir eso?»

    «Cada vez caes más bajo.»

    «Espero que no se te ocurra...»

    «¡Dame el control!»

    Pensamientos de todo tipo invadieron la mente de Alejandro; no podía moverse, solo sufrir.

    Era frustrante, lo llenaba de rabia. Quería tener tiempo para pensar, para terminar de mejor manera ese vínculo tan importante.

    Pero iba a ser imposible.

Quiero Morir (Si puedes, sálvame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora