Era una cálida tarde de abril en la que Reydhelt yacía en el suelo, en medio del bosque, bajo su árbol favorito, contemplando el cielo. Ese día, como muchos antes de ese, no había recibido ninguna orden ni petición por parte de la ciudad, por lo que podía descansar a gusto, lejos de los demás. Tanta suerte venía asociada a su cruel relación con el capitán del ejército a cargo de la ciudad. Ninguno de los dos quería verle la cara al otro, por lo que evitaban lo más que podían el verse. Por eso mismo su casa se encontraba muy cerca del bosque, alejada de donde casi todos los habitantes residían.
Para poder vivir tan alejado, Reydhelt tuvo que improvisar su vivienda. Para tener energía eléctrica tuvo que arreglar unos paneles solares que encontró. Para enterarse de lo que acontecía sin asistir a los informes semanales, consiguió una radio de onda corta. Para comer sin acudir al comedor público, reparó a medias un frigorífico en donde almacenaba lo que cada cierto tiempo iba a pedir a la gran cocina de la ciudad. Todo eran improvisaciones que le permitían con las justas alejarse lo suficiente de la ciudad, para no ver al capitán, y para no poner en peligro al resto.
Lo más incómodo de la forma en que vivía Reydhelt era el aburrimiento que perturbaba su sentido del tiempo cada tarde. Ese día el aburrimiento le pesaba tanto que ansiaba que algo, aunque fuera molesto, pasara. De pronto escuchó una chillona pero familiar voz. No podía no reconocerla de inmediato. Era su amiga, Jaque.
—¿Qué haces aquí, sucedió algo que deba saber? —preguntó mientras tomaba asiento.
Aunque una visita de Jaque fuera algo, y molesto, si ella lo visitaba significaba que en la ciudad las cosas no andaban mucho más entretenidas.
—No, solo vine a pasar un rato contigo —contestó sonriendo la chica de cabello negro, mientras se sentaba al lado de él—. Hace días que no me hago un rato para charlar contigo, ponernos al día y eso...
—Si mal no recuerdo, la última vez que hablamos fue ayer —pronunció algo molesto—. Y como siempre, te dije que si quieres hablar, aprovecha cuando me encuentre en casa. Este es mi espacio.
—Oye, a mí también me relaja este lugar. Me incentiva a volver seguido, por lo que no puedes hacer nada al respecto —manejaba ya un tono burlón—. Cuéntame, ¿qué ha pasado por aquí últimamente?
—¿Te refieres a qué ha pasado hoy? Eso más bien deberías contarme tú. No deberías estar libre tan pronto. ¿Acaso no te tocaba hoy ayudar en la recolección de frutas? —increpaba con cierta pereza en la voz.
—Si, en principio sí. Pero a última hora procedieron con un cambio en la distribución de personal. De hecho quedó más gente asignada allí que lo ideado en un inicio —dijo mientras parecía hacerse preguntas dentro de su cabeza.
—¿Y con el cambio te tocó un trabajo más sencillo? —seguía preguntando con cada vez menos entusiasmo.
—No, lo que pasa es que adonde me mandaron estaba Tomás.
—¿El bueno de Tomás, verdad?
—Sí... como te puedes imaginar se ofreció a hacer mi parte del trabajo. Y así es como llegué aquí tan pronto —terminó de contar con una linda sonrisa.
—El bueno de Tomás... ¿No crees que a veces te aprovechas demasiado de su amabilidad?
—Yo solo acepto cuando se propone ayudarme —dudaba un poco mientras lo decía—. Bueno, cierto es que cada vez me ofrece su ayuda más seguido, pero eso se escapa de mi control.
—¿Sí sabes por qué podría ser? —esta vez su pregunta fue acompañada por un levantamiento de ceja.
—Sí, creo que sí, por lo menos. Lo que me extraña es que se te haya ocurrido esa posibilidad. No es que hables mucho con él o su entorno. Y nunca has sido muy observador con ese tipo de cosas.
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Quiero Morir (Si puedes, sálvame)
Ciencia Ficción¿Qué hacer cuando una catástrofe te arrebata todo lo que creías importante para ti? ¿Por dónde empezar cuando una desgracia sin precedentes te da una oportunidad para reescribir tu vida? Acompaña a Reydhelt y a Franklin en esta historia de descubrim...