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- Vamos se que puedes hacerlo mejor.- me dijo Cat sujetando la patada que la acababa de lanzar y tirando mi pierna hacia abajo. 

- Cállate.- dije lanzando un puñetazo cuando estaba distraída. 

El tiempo volaba aquí abajo, ya no sabía cuanto había pasado, ¿cuánto tiempo llevaba aquí? Reyna me había organizado un plan de vida, todo estaba medido aquí abajo, cuando comíamos, cuando entrenábamos, cuando estudiábamos, casi hasta cuando íbamos al baño. Me explico que la organización era muy importante para ellas. 

Cat era la encargada de entrenarme y Priscila era mi profesora, la encargada de explicarme toda la historia de mi pueblo y la ciudad. Se habían convertido en mis hermanas, todas ellas, aunque no conociese a casi ninguna las sentía cercanas, aún así no podía parar de atormentarme con un moreno de ojos avellana. 

Me había vuelto más fuerte, mi cuerpo había cambiado, mis piernas y brazos estaban tonificados y mi abdomen se había vuelto duro como una roca. Mi resistencia había aumentado y era más ágil y rápida que ninguna de mis compañeras. 

Reyna me había enseñado a utilizar mis poderes. Podía controlar a placer la materia del mundo, ese era el poder de las bellatoras, guerreras capaces de controlar y dar forma a lo que las rodea. Sin embargo, mientras que a muchas de mis compañeras les enseñan a controlar los vegetales que hacemos crecer en nuestros huertos, a mi me enseñaron, entre otras cosas, a manejar la temperatura de un cuerpo, pudiendo provocarle fiebre o temperaturas tan mínimas que se congelaría en cuestión de segundos. 

El poder era demasiado intenso y muchas veces terminaba agotada después de cada entrenamiento, tanto que necesitaba dormir un día entero. Reyna me había enseñado a como curar heridas sin traspasarlas a mi cuerpo, pero todo tenía un coste y mi energía caía en picado siempre que intentaba curar algo. 

Sentía que era parte de esto, pero aún me dolía haber abandonado a mis hermanas y mucho más sin saber como estaría Feyre, aunque, estúpida de mí, confiaba en que Rhysand tuviera todo bajo control en cuanto a lo que se refería a mi hermana menor.

Todas las noches soñaba con ella, con cómo la había enseñado a cazar y a despellejar las presas que llevábamos a casa para poder tener algo que llevarnos a la boca. Madre nunca estuvo de acuerdo en que los sirvientes me enseñaran a disparar, pero siempre fui una niña un poco rebelde. Doy gracias todos los días desde que nos tuvimos que mudar a la cabaña por eso. 

Mis sueños se entremezclaban y siempre terminaba en lo mismo. Azriel y yo en la habitación el día que nos despedimos, a veces juraría que podía oír su voz, verle escondido entre las sombras de alguna esquina de la casa. Algo que era totalmente imposible ya que Reyna me había explicado que había protecciones antiguas que bordeaban la ciudad. Nadie que no fuese de nuestro pueblo podía llegar hasta aquí.

Esa era la prueba definitiva según ella, la prueba final para saber si era unas bellatora o no. La ciudad jamás permitiría dejar entrar a nadie que no lo fuese. Me explicaron que cada cierto tiempo nacía una niña, una entre miles de faes y, cuando lo hacía, la cueva se resentía tanto que todas lo notábamos. Así se enteraban de cuando llegaba una nueva integrante.

- Hay algo que te perturba mi niña.- dijo Reyna llegando hasta mi. Estaba sentada en el banco de la ventana.

- Últimamente los pensamientos sobre mis hermanas son más fuertes.- digo suspirando. 

- Seguro que están bien.- dijo agarrando mi melena morena y comenzando a trenzarla. Había crecido tanto que llegaba hasta mi culo. La trenzo en una única trenza y dejó unos mechones de pelo que caían sobre mi frente. 

- Si....- contesté pensativa.

- ¿Quieres hablar sobre algo?- se sentó a mi lado y yo me limité a agarrar su mano.

UNA CORTE DE VIDA Y AMOR [AZRIEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora