Capítulo 20. Raquel

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 (3 años antes)

I’m off the deep end, watch as I dive in
I’ll never meet the ground
Crash through the surface
Where they can’t hurt us
We’re far from the shallow now
Shallow, Lady Gaga (feat. Bradley Cooper)

Cristina no estaba consiguiendo mejorar, y si lo hacía, acababa recayendo de nuevo en su depresión. Las pastillas tampoco le hacían demasiado efecto y era cada vez más frustrante. Volvió a decirme un par de veces más en ese año que quería dejarlo, que no me merecía estar con alguien así, pero yo confiaba en ella y no quería dejarla sola. Quería estar a su lado cuando la vida volviera a su mirada y la primavera volviera a pertenecer a sus ojos. Confiaba en que sería capaz de estar bien, en que daría con un buen psiquiatra que no la abandonara en cuanto algo no fuera bien. Tenía que existir en este mundo un profesional que pudiera ayudarla. Y quería presenciar el momento en el que ella volviese a regalarme una de sus sonrisas sinceras repletas de magia y felicidad porque era lo más bonito que había visto en mi vida. 

No me separaría nunca de su lado, incluso si eso significaba no ver tanto a mi propia familia, incluso si tenía que dejar de ver tanto a mi abuela, una de las mujeres más importantes de mi vida y con la que tanta conexión tenía desde pequeña. Mi segunda madre, que en ese momento estaba ingresada en el hospital debido a que había sufrido un fallo cardíaco del que le estaba costando recuperarse por su edad, 89 años. Pero no podía ir a visitarla porque proteger a Cristina y apoyarla se había convertido en mi máxima prioridad durante mucho tiempo. Excepto una noche. Una noche en que la llamada de mi madre llegó a las cinco y media de la madrugada.

— Raquel, cariño… la abuela… se acaba de ir.

Al oír esas palabras me permití llorar sin guardar silencio, lo que despertó a mi novia que dormía a mi lado.

— ¿Qué ocurre? — susurró incorporándose y yo me eché a sus brazos sin poder parar de llorar.
— Mi abuela…— fue lo único que pude decir, y entonces noté sus brazos apretarse alrededor de mi cuerpo. Ahora era ella la que, después de tanto tiempo, estaba intentando recomponerme a mí.
—  Vístete, anda — dijo al cabo de un rato mientras se levantaba de la cama y abría el armario —. Tenemos que ir al tanatorio, necesitas el apoyo de tu familia.
— ¿Me vas a acompañar?
— No me has dejado sola en todos estos años, ¿crees que voy a dejarte sola yo ahora? Ni de puta coña. — sonreí lanzándome a sus brazos, agradeciéndole el detalle porque sabía que suponía un esfuerzo enorme para ella, y más sabiendo que la última vez que pisó un tanatorio fue, precisamente por algo que le causó la depresión que tenía ahora y que podía revivir demasiadas cosas desagradables.

Aquel día fue horrible, pero sentir el calor de mi familia y de mi novia al mismo tiempo me reconfortó un poco y esa misma noche, al llegar a casa de Cristina, nos quedamos dormidas en cuanto tocamos el colchón.

A la mañana siguiente, debía volver temprano al tanatorio, pues encinerarían a mi abuela y teníamos que enterrar sus cenizas. Me desperté muy temprano y vi a mi niña, como yo la solía llamar, durmiendo tranquila a mi lado. Sabía que el día anterior había sido duro para ella así que no quería hacerla pasar por lo mismo de nuevo. Quería que descansara porque lo necesitaba. Abrió un poco los ojos en cuanto me moví para levantarme e intentó hacer lo mismo pero la frené.

— Sigue durmiendo, mi niña — susurré antes de darle un beso en la frente —. Necesitas descansar después de todo lo que pasó ayer.

Ella asintió y yo le di un abrazo. Su madre estaba trabajando y sería la primera vez que la dejaría completamente sola. Cerré los ojos y respiré profundo llenándome los pulmones de su aroma, que aún tengo grabado en la memoria. Acaricié su pelo, su espalda y, cuando me separé de ella, sus mejillas a la vez que observaba sus ojos de color verde claro sin ese brillo que tenían antes de todo esto, cuando aún era feliz, y deseaba desesperadamente que estuviera bien ese día.

Pero cuando esa misma tarde volví del cementerio, donde enterré con mi familia las cenizas de mi abuela, no me dio tiempo ni siquiera a subir su casa, pues en la puerta de su bloque había una ambulancia y, entre todos los médicos pude distinguir a su madre chillando, y llorando de manera desesperada, y a Cristina acostada en una camilla repleta de cables. Corrí hacia ellas y abracé a su madre pidiéndole perdón por no haberme quedado con ella, sintiéndome culpable y rezándole a la vida para que sobreviviera.

Los médicos intentaron salvarle la vida pero no lo consiguieron y Cristina se fue, dejándome tan solo una carta que guardo bajo llave porque es mi mayor tesoro. Porque ella ha sido y es el mayor tesoro que tuve nunca.

Ese día perdí a dos de las mujeres más importantes de mi vida, pero una de esas pérdidas me dolía mucho más que la otra, una de ellas me había dejado una herida que no se me cerraría nunca, como si me hubieran amputado una parte del corazón y la hubieran enterrado con ella. Ese mismo día, el sol brillaba con más fuerza que nunca y las flores en la calle estaban repletas de vida. Aquella primavera fue la más bonita que había visto, pero sin sus ojos verdes sonriéndome, sin sus manos tocando la guitarra y sin su dulce voz cantándome, la belleza no era la misma.

Aquel año, la primavera fue preciosa porque el mundo, celoso, había decidido robársela a sus ojos para toda la vida. 

Pero yo la sentía cada día muy cerca de mí cantándome desde su nube con su guitarra cuidándome y amándome como lo hizo en vida.

Pero yo la sentía cada día muy cerca de mí cantándome desde su nube con su guitarra cuidándome y amándome como lo hizo en vida

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La primavera que hay en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora