Capítulo 5. Lorena

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Disimularé que me arde la piel
Porque quiero más contigo
No te perseguiré, dependerá de tí
Que quieras algo más conmigo
Puedes contar conmigo, Vicco

Noviembre estaba siendo un mes muy estresante, repleto de exámenes y trabajos finales del máster, aunque eso no me impedía seguir disfrutando de mis horas de baile y de mi tiempo libre que pasaba leyendo, haciendo crochet o con mis compañeras de piso, ya fuera saliendo a tomar algo o haciendo nuestras cenas de los viernes, con comida que pedíamos a domicilio y viendo cualquier película o serie que nos apeteciera en ese momento. 

Además, para mediados de mes, mi relación con Raquel ya se había convertido en una amistad muy buena, mi confianza había aumentado hasta niveles estratosféricos estando con ella y sentía que la conocía prácticamente desde siempre. Las chicas de clase de baile volvieron a proponer ir a cenar un sábado e ir de fiesta a la misma discoteca situada a unos quince minutos andando del parque del Retiro. Volvimos a cenar en aquel McDonald's de la primera vez, y yo volví a pedirme una hamburguesa de pollo ya que era lo único que me gustaba de la carta. Seguía teniendo el problema de que me daba vergüenza comer delante de personas a las que no conocía bien, y a pesar de que esta vez se me hacía más fácil estando al lado de Raquel, Ana, una de las chicas de baile, de cabello castaño oscuro y largo, lo notó, ya que estaba comiendo mucho más lento que ellas, dando bocados minúsculos a mi hamburguesa.

— Lorena, come — me dijo al oído, ya que estaba sentada a mi derecha. Yo la miré y sonreí tímidamente —. Te da vergüenza comer delante de la gente, ¿verdad? — preguntó, y asentí suavemente con la cabeza.

— Más o menos, sí.

— Tengo una amiga a la que le pasa lo mismo. Pero come, que nadie te está juzgando.

Y eso me hizo sentirme mejor y muchísimo más agusto con ellas. Después de cenar, nos dirigimos hacia la discoteca donde, por primera vez, no sentí la necesidad imperiosa de salir corriendo nada más entrar.

Al principio, me costó soltarme un poco con la música, pero ni de lejos lo pasé tan mal como la vez anterior cuando me dio aquel ataque de ansiedad. Es más, de hecho, pronto comencé a formar parte de la fiesta, en cuanto empezó a sonar Discoteka, de Lola Índigo, ya que nos hizo tanta ilusión escuchar la primera canción que habíamos bailado en la academia, que empezamos a cantarla a gritos mientras perreabamos las unas con las otras. En medio de la canción, mi mirada se cruzó con la de Raquel y por un momento parecía que nos las estábamos dedicando mutuamente, que nadie más existía. Bajé hasta el suelo con ella mientras bailábamos con su mano en mi cintura atrayéndome hacia su cuerpo, y tuve la necesidad de deshacerme de la americana negra que llevaba y quedándome solo con el vestido negro ajustado de tirantes. 

La canción acabó y por fin parecía que ambas fuimos conscientes de dónde estábamos y con quién, aunque durante toda la noche no parábamos de dedicarnos miradas y caricias disimuladas, mientras mi calor corporal iba aumentando poco a poco. De repente, la morena acercó su boca a mi oído para decir:

— Voy al baño. ¿Me acompañas?

Y a pesar de que tenía miedo de que esto solo se convirtiera en algo de una noche, acepté. Y no me equivocaba al pensar que no quería ir al baño precisamente para hacer sus necesidades, pues en cuanto nadie nos veía, nuestras bocas se buscaron, como quien busca desesperadamente un trago de agua en un desierto. Teníamos sed la una de la otra, llevábamos un buen rato queriendo probar nuestros labios, y por fin lo estábamos haciendo. 

Raquel comenzó a acariciarme una pierna mientras mi pelvis buscaba la suya tratando de encontrar más placer. Aunque no duró mucho tiempo, ya que enseguida entró alguien y nos vimos obligadas a separarnos debido a la vergüenza que nos daba. 

La primavera que hay en tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora