En el universo de los versos y las emociones, donde el alma se desnuda ante la mirada del poeta, dos almas se entrelazan en una danza cósmica, unidas por un hilo rojo que teje los destinos con la suavidad de un suspiro.
Lexa, con sus ojos que destil...
Me desperté alrededor de las 5 de la mañana, con una sensación de malestar que me impedía volver a conciliar el sueño. Mi cabeza palpitaba con un dolor sordo y las náuseas me mantenían al borde del vómito.
Decidí pedirle a Aiden que llevara a Lyra al colegio para poder descansar un poco más, aunque mi descanso fue breve ya que pronto tendría clases.
Me vestí rápidamente, me envolví en mi chaqueta de cuero y cogí mi mochila antes de dirigirme apresuradamente hacia la moto.
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Subí, me coloqué el casco y empecé a conducir. Agradecía el escape que me brindaba la moto, un breve respiro en medio de la tormenta de mis pensamientos.
Pero ese día era diferente. A pesar del rugido del motor y el viento en mi rostro, mi mente seguía atormentada por una presencia indeseada. ¿Cómo era posible que esa chica, con la que apenas había cruzado palabras, ocupara tanto espacio en mis pensamientos? Me repetía esa pregunta una y otra vez, tratando de encontrar una respuesta que nunca llegaba.
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¿Qué me había hecho esa chica para perturbarme de esta manera? Aunque apenas nos conocíamos, su influencia en mí era innegable. La sola idea de ella seguía causándome dolor, pero sabía que era lo mejor. No podía permitirme involucrarme más en su vida, sabía que solo traería complicaciones y sufrimiento. Era mejor mantenerme alejada, por su propio bien y por el mío.
Al llegar, estacioné mi moto en el lugar de siempre. Después de quitarme el casco, caminé apresuradamente hacia el edificio. Solo quedaban tres minutos antes de que empezaran las clases, y la ansiedad me hacía apretar el paso, sintiendo el ardor en mis gemelos por el esfuerzo.
Pero no solo era el ardor en mis músculos lo que me perturbaba. Al verla, mi pecho comenzó a arder con una intensidad inusual. Era asombrosa, impresionante en todos los sentidos. Su belleza, sin importar el atuendo, el peinado o incluso las ojeras, era impactante. Y eso me llenaba de rabia, porque quería olvidarla, pero era una batalla perdida.