Capítulo cinco

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Mersia se caracterizaba por, además de tener un muy buen ejército, ser extremadamente cruel en cualquier conflicto armado con otro reino, pueblo o lo que fuera. No tenían compasión, le arrancaban la vida a todo el que se les interpusiera en su camino y las torturas a las que sometian a sus presos eran inhumanas.

Y eso a Ale le aterraba.

¿Qué pasaría si llegaban a entrar al reino? Y más importante aún, ¿Por qué querían atentar contra ellos?

La peliazul se encontraba tumbada en su cama, apenas dos horas después de la gran noticia, nadando entre sus más profundos pensamientos, se había soltado el pelo y su cabello se había despeinado.

Alex estaba fuera de la habitación, custodiándola, pero él no estaba cavilando, hablaba a través de su walkie-talkie con Lukas sobre lo sucedido, eran buenos amigos.

La joven dejó sus pensamientos a un lado y dirgió su mirada hacia la mesita que había al lado de su cama, en esta había un reloj, el cual marcaba que eran casi las cuatro de la tarde, en tan solo diez minutos debía ir hasta una de las tres bases militares que se encontraban en Ankersia para formar a los militares en un último entrenamiento antes de salir de las fronteras.

Por otro lado, Markos se encontraba vendando unas heridas en sus manos las cuales se habían producido por una caída en unas rocas mientras subía la colina que le llevaba hasta uno de los monumentos más importantes de Ankersia, El Esperanzador. Era una escultura de un ángel que se encontraba en lo más alto de una pequeña montaña muy empinada, la gente subía allí para aclarar su mente y pedirle esperanzas al ángel.

El de ojos celestes caminó hasta un banco de madera cerca de la estatua y se sentó. Agachó la cabeza y comenzó a examinar la vida debajo de sus pies, encima de la tierra se encontraban tres pequeñas hormigas llevando a una un poco más grande.

-Se matan entre colonias...- Susurró para sí mismo, al fin y al cabo, eran como ellos, era como si se mataran entre colonias, pero en realidad era entre reinos.

Subió su mirada hasta el cielo y observó a las aves sobrevolando su cabeza, apoyó su espalda contra el respaldo del banco y cerró sus ojos, aún con la cabeza en alto. Una ráfaga de viento lo azotó, algunos mechones de cabello se elevaron en el aire y su pelo se despeinó. Sintió al fin paz después de todo el caos por el que había pasado consigo mismo hace apenas diez o veinte minutos.

Marki no era específicamente una persona que le gustara mostrar la otra cara de su moneda, no le gustaba que la gente lo viera de forma "débil". Verlo llorar, enfadarse y todo lo parecido estaba restringido para cualquiera.

Tenía miedo, de hecho estaba aterrado, el puesto del ejército en el que estaba no le aseguraba ir a luchar por su reino pero ahora si se le obligaba a ir. Odiaba a Jix por eso.

Minutos antes, mientras subía la alta colina, le había surgido un ataque de ansiedad, motivo también por el que se cayó en aquellas puntiagudas rocas. Él sabía que le iba a pasar, no era la primera vez, pero a pesar de ello no llamó a Ale para que estuviera con él en aquel momento, sabía que si hubiera estado con ella habría estado más tranquilo, pero, ¿Qué pasaba si le daba uno de sus tantos ataques de ansiedad en frente de ella? No quería asustarla más de lo que ya estaba, no quería preocuparla más.

Salió de su trance, miró el reloj en su muñeca y luego dirigió su mirada a la empinada cuesta que ahora tendría que bajar, en diez minutos era el último entrenamiento y estaba casi obligado a asistir a él.

Suspiró, en el ejército también le enseñaban cosas como la que iba a hacer en ese momento así que se podía denominar que tenía practica.

Se levantó del banco y dió unos cuantos pasos hasta llegar a donde comenzaba la pronunciada pendiente. Suspiró y comenzó a bajar, primero cuidadosamente y luego fue aumentando la velocidad.

Contra el adversarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora