Capítulo diez

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La luz se había desviado, ya podía actuar por tres minutos exactos.

Colocó cuidadosamente la almohada bajo las sábanas, era un buen truco para parecer que estaba ahí, dormida.
Se dirigió hacia su ventana con una gran zancada, tirando de ella hacia la derecha en cuanto sus dedos agarraron el lado izquierdo. Se asomó, no estaba muy alto y la pared era de rocas, podría bajar fácilmente apoyándose en los relieves, total, estaba entrenada para ello.

Giró su cabeza, encontrándose con una cámara de seguridad a unos pocos metros, se había olvidado de nuevo de las cámaras. Prácticamente ya la había grabado colocando las almohadas y si le hacía algo a la cámara iba a ser demasiado obvio que fuera ella. No tuvo de otra que intentar hacer que pareciera que solamente había abierto la ventana para obtener un poco de aire fresco exterior y que luego iba a dormir.

Caminó hacia una esquinita de su habitación hasta la cual la cámara no podía llegar y allí casi que se tumbó en el suelo, rebuscando velozmente algo bajo su cama. No tardó en sacar una cajita de madera con ligeros adornos dorados, era preciosa, pero, como su difunta abuela solía decir: "Nunca te guíes por las apariencias, chiquilla".
Abrió con delicadeza aquella cajita de madera y una sonrisa placentera se formó en sus labios en cuanto vió su interior; dos navajas, munición, y su arma estrella para la situación: un tirachinas.

En un abrir y cerrar de ojos ya había tapado la caja y en otro aquel objeto ya estaba en su sitio para que su dueña prosiguiera con su plan maestro: inhabilitar la cámara de seguridad. Se arrastró por el suelo con la intención de que la cámara no la viese, hasta llegar a una pequeña maceta en una de sus mesitas de noche. Levantó su mano, palpando el lugar hasta encontrar lo que quería, una piedra lo suficientemente grande como para destrozar la cámara.

Raptó hasta que se posicionó en donde quería, y colocando bien la piedra apuntó. Su intención era hacer parecer que habían disparado desde el suelo, era difícil, pero no imposible con un ángulo adecuado, más si tenías la puntería de Ale.

Tensó la goma a la vez que apuntaba, y cuando la cámara tuvo la posición que requería, disparó.

La piedra voló a toda velocidad hasta impactar contra el cristal de la cámara, rompiéndolo por completo.
El vidrio cayó a cachos en cuestión de segundos hasta llenar el césped bajo la cámara. La tierra mojada hizo que no sonara nada más que el impacto de la piedra contra la cámara, y Ale lo agradeció internamente.

Se levantó del suelo en un abrir y cerrar de ojos, no tenía mucho tiempo y debía salir ya de ahí. Se asomó por la ventana, asegurándose que ningún guardia la viera, miró a su reloj, le quedaba un minuto. La gran linterna que apuntaba hacia su habitación y más ventanas en el palacio todavía no había vuelto a su posición más importante, la ventana de Ale. La tenía cuidadosamente estudiada, esta luz poseía un patrón, no siempre iluminaba a su ventana, pero la mayor parte del tiempo sí. Ese corto periodo de tiempo en el que su ventana estaba a oscuras era perfecta para escapar.

Se impulsó con los brazos a la vez que daba un salto, quedando en cuclillas sobre el poyete de la ventana, teniendo que hacer equilibrio para no caer.
Se sujetó a un bordecito y cuidadosamente comenzó a bajar, la pared era rocosa, así que había algunos huecos donde apoyar los pies.

La luz se empezó a mover hacia el sitio donde Ale se encontraba, y tuvo que improvisar.
Estaba a tan solo dos metros del suelo, si saltaba no pasaría nada, ¿No?

Saltó sin siquiera preguntárselo, no había tiempo hábil.
Apoyó las dos manos en el suelo, no tenía ni un rasguño, pero sí un gran foco apuntando hacia ella.

—Mierda. —susurró para si misma.

—¡Eh, tú! —oyó a uno de los guardias gritar. Sólo se le pasó algo por la mente: "corre"

Contra el adversarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora