1. Violeta Hodar

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-Violeta, hija, debes levantarte. Es tarde

Se escuchó una voz femenina adentrándose en la oscura habitación. Procedió a abrir las cortinas, y un poco la ventana. La chica se revolvió en su cama, quejumbrosa, cubriéndose con las mantas por encima de su cabeza

-Violeta, por favor

La chica hizo caso omiso. Su madre suspiró, se acercó hasta ella y depositó un beso en su cabeza, o donde suponía que estaba ya que no podía saberlo debajo de las mantas

La década de los noventa estaba por llegar a su ecuador. Las calles de Barcelona estaban cubiertas por una vasta niebla aquel otoño, tan intensa que apenas se veía unos metros más allá de la nariz de cualquiera.

Susana tarareaba una dulce melodía, acompañada del aroma del delicioso desayuno que preparaba para su hija menor

Violeta era una chica peculiar. Especial, es como la definían aquellos que se tomaban el tiempo de conocerla. A sus cortos 5 años de edad fue diagnosticada con un trastorno generalizado del desarrollo no especificado.

Sus síntomas eran evidentes en la pequeña, desde los problemas a la hora de socializar correctamente con las personas, pasando por su dificultad en el desenvolvimiento verbal con otros, hasta la carencia de necesidad alguna de sentimientos relacionados con el afecto.

Todo en su cabeza estaba bien, no tenía ningún problema cognitivo. No era una genia, pero tampoco era idiota. Su cerebro, estructuralmente, era como el de cualquier otra niña. Su única diferencia era que no le interesaban las relaciones sociales, ni se le daban bien.

La persona más allegada a ella era su padre, Juan Carlos. Con él era capaz de intercambiar palabras sin incomodarse, con su madre también lograba mantener conversaciones más extensas de lo común, sin embargo estas eran inusuales, pues Susana pasaba la mayor parte del tiempo en su oficina, su trabajo le ocupaba mucho tiempo.

Cualquier tipo de contacto humano que no fuera de ellos le ponía nerviosa e incómoda, incluso el de su propia hermana mayor, a la que no veía desde hacía bastante

Había sufrido diferentes ataques de pánico en la escuela, ni sus profesores ni sus compañeros sabían cómo actuar frente a aquellas situaciones y después de haber recorrido la mitad de institutos de Granada, se había ganado una fama para nada buena. Por eso, tan solo un par de años atrás decidieron que sería una gran idea cambiar de aires.

Se mudaron a Barcelona

De ahí el no haber visto a su hermana en tanto tiempo, ella se había quedado en Granada.

Aunque tampoco había avanzado mucho en las tierras catalanas, pues desde que llegaron, Violeta estudiaba en casa. Con una persona de confianza, sin tener que exponerse a tanta gente a su alrededor que pudiera sofocarla.

Ningún especialista había sido capaz de decirle con precisión a Violeta si algún día dejaría de ser así. Pero dentro de su corazón, en el recoveco más oscuro y oculto, ella guardaba la esperanza de que así fuera. En algún momento de su vida.

Susana oyó los pasos de la chica bajando las escaleras y se dio la vuelta, ocultando algo detrás de su espalda. La adolescente, que pronto cumpliria 18 años, entró en la cocina lentamente, vistiendo su pijama gris de botones, con su cabello ondulado y desordenado, teñido de pelirrojo, frotando uno de sus ojos

-Hola mi vida, ¿Cómo has dormido?- Preguntó en un tono dulce mientras servía las cosas en la mesa

Violeta se encogió de hombros, sin ser maleducada, y se sentó

-Come antes de que se te enfríe

Jueves. Violeta repasaba en su mente adormilada su horario de aquel día. Tenía clases particulares en su casa, como cada día entre los lunes y los jueves. Su tutora, Abril, una mujer alta y rubia, lucía robusta pero era tan dulce como el algodón de azúcar.

Abril había sido la tutora de Violeta desde que llegaron a Barcelona. Conocía su comportamiento y Violeta confiaba en ella más de lo que dejaba entrever.

Los viernes no eran un gran día para ella: Tenía cita con su psicóloga, una mujer de la que ni siquiera sabía el nombre, con la que no pasaba ni la mitad de tiempo que con Abril, con la que no había formado ningún tipo de vínculo que le permitiera expresarse cómodamente; sus conversaciones no eran muy largas y sus sesiones estaban llenas de silencio. Como la mayor parte del día de la adolescente.

Sin embargo, tras la tormenta llega la calma. La calma llamada Sábado. Los sábados eran su día libre. Sus padres no le exigían nada. Podía dormir cuanto quisiera e invertir su tiempo en lo que le diera la gana.

Normalmente los pasaba escribiendo. Podía parecer que, al mantener casi siempre silencio, Violeta no tenía nada que decir. Pero aquello era un pensamiento equivocado. Violeta tenía mucho que decir, pero sus palabras no rebotaban en el eco de las paredes, sino que se delineaban con tinta, específicamente negra, en las ranuras de un papel. Sus diarios eran su posesión más preciada y donde describía cada pensamiento que no soltaban sus labios.

Terminando con los domingos, definitivamente el peor día para Violeta. Su familia se reunía en casa de sus abuelos. Porque sí, Violeta tenía familia en Barcelona. Precisamente ese fue el motivo de mudarse allí y no a Valencia o a Madrid, o cualquier otro sitio. La familia de Susana era procedente de Barcelona, aunque ella se hubiera ido a vivir a Granada con apenas 15 años, por lo que su acento era andaluz y su catalán se había perdido con el paso de los años. En aquellas reuniones debía soportar el contacto físico tanto de sus primos como de sus tíos, durante, al menos, un par de interminables horas

Pero volviendo al tema. Jueves. Los jueves tenía clase de matemáticas. Definitivamente matemáticas no era su asignatura favorita ni de lejos, se podría decir que las odiaba. No porque se le dieran mal, de hecho era bastante buena en ellas, simplemente no le gustaban.

Abril lo sabía, y cada día intentaba buscar una manera en la que Violeta se sintiera recompensada por el esfuerzo. Podía ser comida, chocolate, incluso algún que otro detalle como una libreta nueva o un bolígrafo de bonito diseño

-Vio-La voz de Susana sacó a la chica de su hilo de pensamientos, haciendo que dejara de comer con la mirada perdida para fijar su mirada en la mujer- Tengo algo para ti

Los ojos de Violeta permanecieron inexpresivos, como la mayor parte del tiempo.

Susana sacó sus brazos de detrás de su espalda y le mostró que en sus manos sostenía un CD de música en el que Violeta había mostrado cierto interés. La adolescente cogió el CD, observando, admirando cada detalle, como con cada regalo que recibía de su madre

-Es el que querías ¿Verdad?- Violeta asintió sin apartar la vista del objeto. El título “Friday, I'm in love” relucía en dorado sobre el nombre de la banda “The Cure” en rojo- ¿No hay nada que quieras decirme?

Violeta levantó la vista del CD para mirarla a los ojos y luego de unos segundos finalmente le dijo un simple- Gracias- Con una diminuta sonrisa

Susana sonrió ampliamente. Violeta hablaba poco, entonces cada vez que lo hacía se sentía inmensamente feliz. 

-Pues me voy a hacer la compra- Canturreó Susana risueña, tomando una bolsa donde reposaban más bolsas, esperando ser llenadas- Si te portas bien en la clase de hoy a lo mejor te hago algo muy rico para la cena, solo para ti- Me guiñó un ojo con diversión y una sonrisa reluciente

La chica se limitó a asentir manteniendo aquella pequeña sonrisa, mientras veía como su madre abandonaba la cocina y posteriormente, la casa


La chica de los CD's (Kivi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora