2. Ojos esmeralda

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El viernes por la tarde había llegado. Aquel diván que la acogía en sus tonos tierra todas las semanas le parecía igual de incómodo que siempre. Igual de incómodo que todas las veces que la plaquita de encima de la mesa de su psicóloga reflejaba el sol que entraba por la ventana en sus ojos.

Lo único bueno de aquella placa era que le recordaba el nombre de su psicóloga. Noemí.

La mujer no era mala, siempre intentaba hacerla sentir cómoda para tratar de sonsacarle algo de información sin que se sintiera presionada.

La mujer hacía preguntas y Violeta respondía la mayor parte de ellas con gestos corporales. Encogerse de hombros, negar, asentir, incluso algún que otro movimiento de manos. Noemí lo escribía todo en una libreta que siempre llevaba encima durante las sesiones. Pero había veces en las que respondía más ampliamente, hoy era una de esas veces

-Dime, Violeta, ¿Cómo te van las clases? ¿Algo nuevo que contar?

La adolescente mantuvo silencio unos segundos- Odio las ecuaciones- Sentenció finalmente

-¿Pero las entiendes?- Violeta asintió- Bien, entonces no están tan mal, ¿No?. Que yo sepa, las ecuaciones no han matado a nadie. Y dime, ¿Cuándo fue la última vez que saliste de tu casa? Sin contar las sesiones y las reuniones familiares

Violeta está vez medito durante minutos. No había hecho amigos desde que llegó a Barcelona, tampoco es que los tuviera en Granada. No tenía sitios a los que le interesara ir. Entonces no le veía sentido a salir del confort de su casa. Se limitó a negar con la cabeza, haciendo que su cabello pelirrojo rozase sus mejillas

-¿No lo recuerdas?- Preguntó la mujer- ¿Es porque fue hace mucho tiempo?- La adolescente asintió- Bueno, eso no está mal. Una siempre se siente a salvo del mundo exterior en su casa. Pero deberías analizar la posibilidad de salir- La chica hizo una mueca con sus labios, dejando en claro que la idea no la emocionaba para nada- Bien, esto es todo por hoy. Hablaré con tus padres, y podréis iros

Noemí se encargó de decirle ella misma a Susana y Juan Carlos que animaran a Violeta a salir de su casa. Que la ayudaran a encontrar razones para que quisiera hacerlo. Les explicó que un día ellos no estarían para ella, y necesitaba poder valerse por sí misma. No tenía que ser algo muy importante al principio. Un progreso lento pero seguro. Los Hódar comprendieron aquel razonamiento y le aseguraron a la mujer que harían todo lo posible

(...)

Llegó el sábado. La oportunidad perfecta para intentar convencer a Violeta de salir.

-Vio- Juan Carlos llamó a su hija. La tranquilidad que le producía a la chica la voz de su padre no se comparaba a nada en el mundo para ella. Aquellas cuerdas vocales le traían paz con tan solo una mínima vibración. Levantó la cabeza, mirando a su padre para darle a entender que lo escuchaba- Hoy tengo el día libre y pensaba dar un paseo por el centro comercial, ¿Te gustaría acompañarme?- Ofreció con dulzura

Violeta frunció el ceño. Definitivamente la estaba subestimando si pensaban que no sabía que aquella petición se debía a los consejos de su psicóloga. Su primer pensamiento fue negarse, pero el brillo de ilusión en los ojos de su padre, esperanzado a poder pasar el día con su hija, le impidió hacerlo.

Él deseaba que su hija pudiera llevar una vida común y corriente, no porque le considerara una carga, sino porque quería lo mejor para ella.

Violeta sabía que su padre jamás la obligaría a nada, y a veces incluso lo aprovechaba. Pero está vez pensó que se sentiría culpable si arruinaba su día libre. Dudó y dudó, hasta que finalmente, suspiró

-Vale- Dijo a secas

Juan Carlos sonrió feliz sin poder creerlo. Miró a su mujer, que observaba la escena ojiplática desde al lado de la encimera. Los ojos de ambos se cristalizaron a medida que las comisuras de sus labios se alzaban en enormes sonrisas. Tuvieron que contenerse para no saltar de alegría

La chica de los CD's (Kivi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora